
En aquel tiempo, dos importantes salas de cine, ubicadas en la Calle Bolívar de “Caripito arriba”, como se decía, capitalizaban las horas de esparcimiento de los pobladores, y marcaban la pauta en cuanto a proyecciones de estrenos del cine, documentales, y hasta presentaciones de espectáculos en vivo: El Teatro Ayacucho, el cual basaba su programación, en producciones cinematográficas, provenientes de México y España; y el Cine Princesa, cuyas producciones parecían abarcar un espectro bastante más amplio, en donde se podía ir a ver una película francesa, italiana o una reciente producción del muy afamado cine de Hollywood.
Adicional a estas “formales” salas de cine, existía otra, en la avenida principal de La Sabana, justo, al frente de la Refinería. Había, además, otras más informales, como las de los grandes salones de baile del Club Standard, y del Club Juan Vicente González, donde era muy frecuente ver películas, en horario vespertino, algunos fines de semana.
Pero... ¿Cómo era el Cine Princesa?, y ¿Qué fue lo que ocasionó su desaparición?. La causa fue un Incendio!. Pero la repuesta técnica, o vale mejor decir, las conclusiones que arrojaron las investigaciones realizadas por los organismos competentes, no fueron del dominio público. Se dice que las investigaciones realizadas para aquellos tiempos no aportaron una evidencia que permitiera concluir si había sido un evento causado por algún accidente, como ocurre la mayoría de las veces, o si por el contrario, se había tratado de una acción de manos criminales.
A continuación les cuento, parte de cómo nosotros vivimos aquellos dias....
Domingo Boada era un joven de unos 25 años que estaba empleado en el Cine Princesa, y que desempeñaba allí múltiples funciones. Era un muchacho de buena apariencia física, con una musculatura muy bien cultivada, la cual destacaba aún más, debido a lo ajustado al cuerpo de las franelas que comunmente usaba. Tenía el pelo ondulado, de color negro, muy brillante; unas patillas y unos bigotes cortados con mucha precisión; y justo sobre la frente, le asomaba un “copete” que caía como una serpentina; lo cual le daba un singular aspecto de romántico aventurero. Era pues, el estereotipo de galán que promocionaban las películas del cine de entonces.
Estaba encargado de controlar el acceso a las funciones de cine por la entrada principal a “galería”, que quedaba por la calle transversal haciendo frente con el Sindicato de Trabajadores Petroleros de Caripito. Esas funciones de portero, las cumplía diariamente, a cabalidad. La puerta de entrada a “Balcón”, y la de “Preferencia”, quedaban ambas por la fachada principal, que daba hacia la Calle Bolívar, justo frente a la Ferretería de “Chavalo” Rodríguez.
Pero, aquí viene la primera cosa interesante, ¿Cómo se hacía la publicidad de las películas del cine princesa? Este es uno de los grandes ejemplos de virtuosismo que tenían muchas de las personas que conocimos en aquella época y con las cuales compartimos tantos momentos.
Cada noche había dos funciones, la primera, en horario de 6:00 a 8:00 p.m., y la segunda, era en horario de 8: 30 p.m. a 10:30 aproximadamente; de manera que, Domingo estaba pendiente de recibir las entradas en la puerta de galería, al menos, hasta las 9:00 de la noche. A partir de entonces, abría un pequeño cuarto o depósito muy cercano a la puerta de acceso a “galería”; sacaba unos diez o doce frascos grandes que contenían pintura; y unas botellas con infinidad de brochas y pinceles de diversos grosores y tamaños, y allí comenzaba un verdadero acontecer en el arte pictórico.
El Cine Princesa, para promocionar las películas, utilizaba unos 20 o 30 “cartelones” de 1 metro de alto por 60 centímetros de ancho, conformados por una especie de marco de madera con patas, sobre el cual se clavaba una lámina metálica plana con un recubrimiento de cinc, que aumentaba su resistencia a los efectos de la intemperie. Posteriormente se le aplicaba un engrudo, a base de almidón, y luego era recubierto con dos capas de papel, que al secar dejaban una superficie perfecta para rotular, graficar, etc.
Domingo poseía una regla de madera con la cual trazaba, con gran habilidad, líneas paralelas sobre el papel amarillento, y una destreza que no he conocido después en ningún artista. Tomaba los pinceles, los empapaba en pintura y en un santiamén se podía leer en todos los cartelones, algo como esto:“Hoy, tarde, 6:30 p.m., Tarzán de los Monos, 6:30 p.m., Tarde” (en letras muy grandes, en la sección inferior). Además, decía: con Jhonny Weismuller -que era el actor principal-. En una sección más pequeña, en la parte superior del cartelón decía: “Noche 8:30 p.m., Viaje al centro de la Tierra, 8:30 p.m. Noche”.Aparte del tamaño de las letras, y el horario; el color utilizado también diferenciaba cada una de las funciones.
Una tarde que andaba merodeando por los lados de “El Sindicato”, como decíamos generalmente, estuve un rato viendo al maestro Zamora impartiendo sus clases de mecanografía a un grupo de unos 15 “aprendices” que, pensaba yo entonces, estaban siendo entrenados por la Creole para posteriormente reportarlos. Las dimensiones tan grandes del recinto, por una parte, y el silencio de los aprendices, por la otra, contribuían a destacar el incesante tecleo de las maquinas, además del acostumbrado timbre, que sonaba cada tanto para anunciar el avance del rodillo, y en consecuencia, de la hoja carta que daba paso a la siguiente línea..El maestro Zamora caminaba muy lentamente entre aquellas personas, y cada dos o tres minutos aproximadamente, decía unas palabras que automáticamente hacían que el tecleo de las máquinas cambiara de ritmo. Confieso que jamás llegué a entender ni una sola de esas palabras.Yo había observado tantas veces, a través de las ventanas que daban al exterior del sindicato, esas clases de mecanografía, y siempre veía lo mismo. El maestro Zamora, vestido muy elegantemente, colocaba el saco del “flux” en el espaldar de la silla de su escritorio de fina madera, y luego se paseaba entre los aspirantes, colgando de los bolsillos de una pequeña chaqueta ceñida al cuerpo, sus dedos pulgares. De vez en cuando metía una mano en uno de los bolsillos y se quedaba acariciando un reloj de bolsillo enchapado en oro de 18 kilates, el cual sacaba con cierta frecuencia, y observaba; supongo que para realizar la mejor distribución posible, del tiempo que establecía para las rutinas que hacían aquellas personas.
Una tarde que estaba observando las clases de mecanografía, comenzaron a gritar, de repente, desde una ventana más lejana, y los gritos de la persona que lo hacía, se amplificaban mucho, debido a la excelente acústica del salón. Yo salí corriendo hacia los lados del Cine Princesa para que no me culparan a mí, y pude ver al responsable de la situación, que aún permanecía gritando en la ventana, y decía: “Heeee... Heeee..” Era Joel, el hermano menor de mi amigo Hernán Marval. Pasé corriendo a su lado y le dije: Corre, corre que si te ven, te van a mandar a castigar; allí están dando clases.Joel se puso pálido y salió corriendo detrás de mí. Nos metimos hacia el Cine Princesa, porque vimos la puerta de “galerìa” abierta. Joel estaba muy asustado, pero a la vez trataba de reírse y me decía... “¿Verdá… Verdá?...por “maína” que yo no sabía Miguel...” Y juraba haciendo un ademán con la mano derecha, la cual se besaba mientras decía “...por ésta que no sabía, ...bueno, bueno ...no me di cuenta, …no me di cuenta.Joel tenía unos diez a once años a lo sumo, y yo creía en ese momento, en su inocencia; pero, en anteriores oportunidades, ya había ocurrido que se dedicaba a atemorizar o a burlarse de los muchachos de su edad, motivo por el cual me dejaba la duda.De todas maneras yo le dije: “...okey, Joel ...yo te creo ...pero no metas a tu madrina en esto” ...el repondió: “...ta bien, pues ...por mi mai, por mi mai...” -insistí y le dije: …Joel, no es necesario que jures para que yo te crea.Allí confirmé que él no lo había hecho a propósito.
En eso nos sorprendió una voz:“Qué pasó aaa?”. Era la voz de Domingo Boada.Nada, nada respondí yo y nos quedamos mirando lo que Domingo hacía.
Allí pudimos ver como preparaba, en secciones, una especie de pantalla de unos 2 metros de alto por 4 metros de ancho, y la pintaba con una velocidad pasmosa. Tenía en sus manos una fotografía de una pareja de actores que protagonizaban la película y que él debía pintar a una escala muy superior.
A decir verdad, me quedé atónito, y creo que ver realizar aquel trabajo fue un gran estímulo para que yo me interesara un poco más en aumentar mi atención por las artes plásticas, y en especial, por la pintura. El cartel de Domingo superaba en belleza y colorido aquel pequeño folleto que le enviaban cada semana, para que de allí tomara las imágenes y pintara los carteles a ubicar en la fachada principal del cine.
Cada mañana, a eso de las 7 a.m., otro joven, llamado Orlando, a quien nosotros le decíamos “Tawa”, por su gran parecido físico con el protagonista de un libro de cuentos de la selva, emprendía una labor un tanto diferente, pero titánica y digna de admiración. Orlando salía desde el Cine princesa, trotando, a recoger los veinte cartelones que desde el día anterior había dejado colocados en sitios estratégicos por su visibilidad. Debía ir al barrio “La Sabana” y a “Los Mangos”, pasando luego por “Bello Monte”, que era por donde estaban colocados los más alejados, y venirse con tan sólo cuatro cartelones; dos sobre cada uno de sus hombros, hasta llegar al cine; dejarlos allí y salir de nuevo a buscar otros cuatro, que estaban colocados en el estadio El Porvenir, La Escuela Andres Bello, El Abasto “Los Potocos” y otro en el Club Juan Vicente González.En un tercer viaje recogía uno ubicado en el abasto cercano a la Plaza Bolívar, otro ubicado frente a la casa de Juan Maza, otro en el Club Standard y otro en “El Comísare”, como le decíamos la gran mayoría de los caripiteños a una especie de supermercado que había.Los cartelones restantes estaban distribuidos entre los barrios “La Manga”, “El Rincón”, “Caripito Abajo” y “Caripito Arriba”.Pero eso no era todo. Cuando apenas había terminando de recoger la totalidad de los cartelones, a eso de las 9: 30 de la mañana, ya Domingo le tenía lista la primera tanda para que los llevara nuevamente a los mismos lugares donde los había recogido, para así anunciar la película de ese día. En total, Orlando para hacer su trabajo, tenía que trotar diariamente unos 10 a 15 Kilómetros, lo cual hacía con una sonrisa a flor de piel.
Joel y yo comentábamos esto en voz baja y nos maravillábamos de ambos personajes. De pronto Joel me pregunta: “bueno Miguel… y ¿quién crees tú por fin que es El Gavilán?...¿Será Julio Cesar Santos o Narciso Cabriales?.” Yo me reía mucho de las salidas de Joel, pero más me reía era porque él no era contemporáneo conmigo, pero me hablaba de tú a tú. “Ninguno de los dos” -le dije- “Yo creo que es Miguel Ángel Santos.”
De las famílias Marval y Figueroa, que eran los hermanos y primos de Joel, los más contemporáneos conmigo eran José y Hernán Marval; pero Joel era muy suspicaz y siempre trataba de estar metido en las conversaciones de otros mayores que él.A mí eso me llamaba mucho la atención, positivamente, por supuesto, pues a pesar de que los modales y costumbres, estaban cambiando vertiginosamente en los años sesenta, todavía había una cierta inercia en el ambiente, según la cual las personas de una misma generación (entiéndase de igual edad), no permitían que alguien con varios años menos, aunque fuera un solo año de diferencia, interviniera en sus conversaciones. La gente hasta se ofendía, pero a mí, me daba risa y me agradaba, siempre que la intervención fuera para el verdadero intercambio de opiniones, adquirir conocimientos, o sencillamente transmitir un mensaje o la idea de algo.
Pero, había algo más en la agudeza de este muchacho de tan sólo 11 años, él se las ingeniaba para permanecer al tanto de todo cuanto acontecía cada día en el pueblo, especialmente entre sus hermanos mayores y los amigos, y comenzó a practicar con éxito entre nosotros la habilidosa característica de “satirizar” todo tipo de situaciones, lo cual, desde un principio logró, y con el tiempo fue perfeccionando. Era, pues, desde pequeño un niño temido por todos nosotros, inclusive mayores que él, por la naturaleza de sus sarcásticos comentarios.
“¿Tú sabes quien creo yo que es?” -dijo Joel- “....Julio Cesar Santos ...y acuérdate de mí ...ya vas a ver que es así ...ahh ...y no te extrañe que Doña Elodia sea el hipnotizador”. De pronto, sin más ni más, me cambió el tema –“…Ah Miguel ...¿Es verdad que tú y Guaypaco van a formar un conjunto de rock and roll?, ¿y que va a estar Juán Alcazar y tu hermano Ramón?. Yo le respondí, preguntándole que ¿cómo él sabía eso?, y me dijo que se lo había dicho Marielys, quien nos había visto ensayando el día anterior en la casa de “Facho”.Entonces salió con otra de las suyas y agregó: “¡Los felicito!, ustedes van a tener éxito, porque esa música es para gente joven, no esas canciones de despecho que se oyen en la rockola de “Colega”. Se refería al Sr Olegario Alcalá, quien tenía una especie de bar en el cruce de la calles Sucre con el callejón Monagas.
Joel sacó de sus bolsillos, de repente, una moneda de un bolívar y dijo: “...várgame Dios ...maína debe estar como plancha e chino, si, si... yo salí fue pa´ la botica a comprá medio e’ valeriana ...okey, okey. nos vemos.. nos vemos – y salió corriendo -.
Voltié la mirada nuevamente y vi que Domingo había terminado su trabajo y se disponía a cerrar el depósito. Entonces dijo: “...ese carajito no tiene tamaño pa las vainas que dice”. Escuché a Domingo y lo que hice fue reír.
Le pregunté a Domingo que qué tal era la película esa que estaban pasando Viaje al Centro de la Tierra?. Y me dijo que era buena… que tratara de verla… que había unas escenas impresionantes que uno no podía imaginarse como podían producir en el cine escenas con tal grado de imaginación.
Me despedí de Domingo Boada, y ese mismo fin de semana pude ir al cine a ver la película, la cual me dejó impresionado por lo fantasiosa, pero a la vez por las imágenes y efectos que la hacían parecer tan real. Unas pocas noches después de haber visto esa película ocurrió lo inesperado. Me desperté a las 2 de la mañana, por los gritos de angustia y desesperación de los vecinos. “Caripito arriba” era un verdadero alboroto, estaba convertido en un inmenso “fogón”. El Cine Princesa estaba envuelto en llamas, y el fuego amenazaba con devorar las viviendas de muchas otras familias en sus alrededores.A pesar de estar próximo a cumplir mis 15 años, a ninguno de los muchachos se nos permitió salir ni siquiera al frente de la casa. Todo el “techorrazo” de mi casa resplandecía; la luz provenía de la calle. Afuera se escuchaban camiones bomberiles que, tocando sus campanas, a toda velocidad pasaban por la calle.
Corrí hasta la ventana del cuarto principal que daba a la fachada de la casa y no podía creer lo que veía. Desde la ventana de la casa, podía abarcar con la mirada, El Hotel Plaza, la casa del Sr Tello, Pedro Lezama (Ño), Calixto Lugo y la de la señora Cruz. Todas ante mí aparecían de un mismo color, amarillo y naranja, por los efectos del resplandor. De pronto de los lados del sindicato se oía venir a Julio Morao o a alguna otra persona, y decir: “Eso se está quemando todo. Ahí no va a quedar nada”. Se oía llanto y gritos a lo lejos. Yo permanecí largo rato junto con mis hermanos parado en la inmensa ventana. Estábamos muy afligidos. No estábamos más angustiados, porque las personas mayores nos decían que el fuego era en el Cine y que ya estaban allá las unidades bomberiles de la Creole, además habían llegado otras de Miraflores y de Quiriquire en apoyo al comandante de los bomberos de Caripito, que era el Sargento Márquez, ...pero créanme, los que no lo vivieron, que las llamas y la radiación eran algo tan grande que daba la impresión que el fuego lo teníamos encima del techo de nuestra casa, la No 30 de la calle Sucre, justo al frente del Hotel Plaza.
Al día siguiente, a las 10 de la mañana, aún se combatía con aquel incendio que dejó a varias familias sin vivienda; entre ellas a la Familia Marín, Familia Alcoba, al Propietario del Cine, quien tenía su residencia en la misma edificación, y no recuerdo a quien más.
El Cine Princesa pasó con el tiempo a ser un simple recuerdo en la memoria de los que lo conocieron, y el terreno donde antes funcionó, pasó a ser durante muchos años, un terreno baldío, lugar acostumbrado por nosotros, para la recreación, en donde se disputaron durante mucho tiempo las “caimaneras” que sirvieron de entretenimiento de esas nuevas generaciones de caripiteños que crecieron, tratando de emular con un guante y una pelota a sus coterráneos, Nelson García, Jesús y Nelson Quilarque, Marcano Trillo, Antonio y Federico Lunar, Enio González, y a muchas otras estrellas del besibol que habían salido de Caripito y que tantas satisfacciones nos habían dado.
De esas caimaneras que se jugaron en el terreno del Cine Princesa contra “Los Cerritos” surgió la máxima figura del softbol que hemos tenido, el muy popular “Chiguana”, que después de haber perdido todos los juegos de pelotica e goma, en los cuales se autodesignó como pitcher, optó posteriormente por incursionar en el softbol, deporte en el cual brilló, y que le brindó tantas satisfacciones, que le significó un merecido reconocimiento a nivel nacional e Internacional.
Es por ello que, cada vez que evoco el pueblo de Caripito y “…aquel Cine Princesa”…me vienen de inmediato a la memoria las películas del Capitán Maravilla, el joven Domingo Boada, de quien no supe nunca a donde fue a parar con su destreza para el Arte y la Publicidad, Orlando “Tawa”, quien tiempo después participó en un maratón de 10 Kilómetros y sorpresivamente le ganó a los atletas consagrados en esa especialidad, hazaña que luego repitió hasta el cansancio, convirtiéndose a la postre, en el mejor maratonista del Estado Monagas, con excelente figuración en Juegos Deportivos Nacionales, y tantas otras cosas bellas que allí vivímos.
Imagino nuevamente a mis amigos caripiteños de la infancia en aquellas “caimaneras” de pelotica e goma, y acude a mi mente una frase temeraria e inquietente que puso Joel muy de moda en aquellos tiempos, con su muy característica manera de azuzar:
“...epa ...epa ...epa ...juego o sabotio ...juego o sabotio ...ya lo dije ...ya lo dije ...juego o sabotio”.
Era un verdadero show, porque jamás lo vi sabotear verdaderamente un juego ...pero la amenaza estaba allí, en su manera de decir las cosas.
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P:D: Dedico este artículo a las Familias Marval y Figueroa, y muy especialmente a Don Natividad Figueroa; quienes, cuando fue necesario, nos dieron albergue, cariño y protección a mí y a mis familiares.
Joel Marval, hoy en día, aún vive en Caripito y sigue siendo un excelente amigo, ya no es el mismo en su manera de hablar …su sarcasmo y sus sátiras, han sido perfeccionados!!! ...Ja ...Ja ...Ja …Que Dios lo bendiga!
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