viernes, 27 de julio de 2007

LOS BACHILLERES


El Hotel Plaza de Caripito, ubicado en la Calle Sucre, era la referencia para alojamiento, que se le daba a las altas personalidades, funcionarios, artistas, comerciantes, etc., que, procedentes de cualquier parte, llegaban a pernoctar por unos días, o en muchos casos, por varios meses, en aquel Caripito, muy activo y próspero.Era, para inicio de los años sesenta, un hotel con las mínimas comodidades y servicios, lo cual, lo había convertido en importante. Allí se habían hospedado, muchas personalidades del mundo de los negocios, contratistas, especialistas de la industria petrolera, ministros, promotores de espectáculos, artistas de cine, orquestas completas que venían a cumplir contratos, como la Billo’s Caracas Boys, los Melódicos, Chucho Sanoja, Orlando y su Combo, etc.

El Hotel tenía en su fachada, una franja de matas de “cahupina”, protegidas por un muro, construido con ladrillos huecos de formas hexagonales, que lo hacían muy vistoso. La pared frontal lucía, permanente, un color amarillo, adornada con varios rombos en alto relieve, ubicados en la parte superior. Eran de color verde, que se repetía en las puertas que daban hacia la calle. Si bien, la fachada mostraba que se había utilizado bloques de concreto y cemento para su construcción, lo cual fue una novedad en su momento; viendo la construcción, por la parte posterior que daba hacia la calle Guaicaipuro, se apreciaba una especie de palafito construido sobre columnas y vigas de concreto.

Poseía el hotel, unas 20 habitaciones, distribuidas en dos niveles. El Nivel principal, en el cual estaba la cantina; la residencia de los propietarios; una especie de “estar” muy amplio, con un mueble de fina madera, de gran tamaño, que tenía tres secciones; la principal, integrada por un radio; y las otras dos secciones, ubicadas a ambos lados, por un picó, y un compartimiento repleto de discos de 33 rpm; muchos de éstos eran de Carlos Gardel, Jorge Negrete, Pedro Infante, y uno que otro, de los cantantes del momento: Alfredo Sadel, Lucho Gatica, Sonia López, El Trío los Panchos, entre otros.Hacia el fondo del estar, a la derecha, había un pasillo lateral que guiaba a las habitaciones, que no eran más de ocho o diez; las cuales, poco a poco, iban siendo regentadas a los pedagogos que, para entonces, seguían llegando de cualquier parte del país a realizar labores como docentes, en el prestigioso Liceo José Tadeo Monagas.

El segundo nivel, en el cual se encontraban las habitaciones restantes, se accesaba también desde la calle, pero a través de una especie de “zajuán”, con una escalera de unos 20 peldaños, la cual daba a un pequeño “restaurant”, constituido por unas diez mesas con sus sillas, y un área pequeña con todo el equipamiento, donde se preparaba la comida a los residentes, y a algunos viajeros que ya conocían el lugar y se detenían a comer allí.

En el pasillo que daba acceso a las habitaciones restantes del Hotel, había, en el piso, una tapa de madera con una argolla de acero, que al levantar, comunicaba a través de una escalera, a un tercer nivel, en el cual se podían ver, las desnudas columnas de la edificación, y donde se realizaban las labores de lavandería y planchado.

El servicio de lavandería y planchado, no estaba normalmente incluido. Esto era algo que la Sra. Rosa Santana, propietaria del hotel, ofrecía, tan sólo a ciertas personas, a su más completa discreción, como era el caso del profesor Juan Bermúdez, o de las “busmozas” de Aerobuses de Venezuela, unas azafatas que brindaban atención a los pasajeros de la recién fundada línea de autobuses que realizaba viajes entre Caripito y Caracas.

Era pues, el Hotel Plaza, una de esas instalaciones existentes en el pueblo de Caripito, donde se podía, en cierto modo, apreciar la actividad económica que había.

Por las noches era muy común ver las personas reunirse a conversar en el frente de sus casas, como una forma acostumbrada de esparcimiento. Los estudiantes del Liceo Monagas, participaban de esas tertulias, y eran personas muy admiradas en el pueblo, dada la escasa o nula formación académica que había tenido la mayoría de sus moradores, quienes ahora, a consecuencia de la evolución que se estaba viviendo en este pueblo, tenían la dicha de ver a sus hijos realizando estudios que les permitían, leer, escribir y hasta expresarse en idiomas distintos al Español…

-Hey, mesié!... mesié!... Comantalevu!, -decía Anibita- -...Ye ve trebian evu?...-respondía “el flaco” Gustavo, un estudiante riocaribero, “compinche” de anibita, que vivía residenciado en la casa de “copa”, en el callejón Monagas.-Trevian... trevian... atutalort... - Era notorio el gozo que les provocaba el utilizar esa forma de saludarse, en idioma francés, delante de sus familiares y amigos, lo cual les ayudaba a identificarse como estudiantes de humanidades, cosa que les enorgullecía mucho.

Aníbal Ortiz, quien para 1961 tendría unos 21 años, cursaba estudios en el Liceo Monagas, y era un muchacho muy suspicaz. Sorprendía a todos en el pueblo por su capacidad para relacionarse, no sólo, con los jóvenes de su misma edad, sino, también, con los adultos, e inclusive, con los ancianos del pueblo. A estas personas, las abrazaba, las besaba, les hacia amapuches, y hasta les pedía la bendición, como una manera de transmitirles que eran dignas y merecedoras de respeto.

Anibita, como le decían cariñosamente sus compañeros de estudio, era oriundo de “Caripelguacharo”, como se le decía a Caripe, población del Estado Monagas. Anibita, estando pequeño, había sufrido una caída de un burro de carga, y quedó postrado en una cama, impedido de poder andar.Un día, en una de esas visita que Carmen Acosta realizaba a la familia Ortiz, muy amiga suya, se entera de aquella situación. ¿Cuál sería el cuadro de angustia e impotencia de Lina de Ortiz, al ver como transcurrían los días, y las semanas y su hijo Aníbal, seguía impedido de andar, casi inválido, a pesar de sus esfuerzos por curarlo?. ¿Y cuál sería el fervor con que aquella mujer llamada Carmen Acosta le habló de un médico alemán, amigo suyo, y muchas otras posibilidades de hacer algo por el niño?. No es fácil saber todos los detalles, pero se dice que Carmen Acosta se lo solicitó a su madre, y se dedicó a buscar la manera de que lo vieran los médicos e hicieran lo que estuviera al alcance de la medicina de entonces. Se dedicó a atenderlo, a curarlo, y no descansó hasta ver que lo operaron y le recuperaron la pierna que estaba casi perdida. Los médicos que lo atendieron, tras un delicado y largo proceso, lo pusieron de nuevo a caminar, con alguna dificultad, pero le salvaron la pierna. Superado lo inmediato, y a pesar del tiempo transcurrido en aquello de curarlo, primero que nada, Carmen Acosta se promete, entonces, darle una educación apropiada, y por razones, tal vez, del compromiso que se hacían, el uno al otro, para no fallar hasta lograr las metas, surgió entre ambos, una relación tan estrecha, que los mantuvo mucho tiempo, viviendo juntos, como Madre e Hijo.

Aníbal tenía dos grandes amigos residenciados en el Hotel Plaza, ambos profesores en el Liceo Monagas; éstos eran: El Cubano, profesor de matemáticas, y Juan Bermúdez, profesor de Inglés. Con este último, a quien él le decía cariñosamente Mister John, acostumbraba reunirse a conversar por las noches. Innumerables fueron las veces que compartieron conversando en el “porche” del Hotel Plaza con otros vecinos, y con otros compañeros de estudio, como Cirilo, Saúl, Cortez, Abigail, Ismenia, Andrés, y tantos otros.

Estos bachilleres ya estaban por egresar del Liceo Monagas y el pueblo todo vivía contagiado de alegría, por el hecho tan emocionante y significativo que representaba, para muchas de esas familias caripiteñas, el ver que había valido la pena hacer tanto sacrificio, al abandonar el conuco, o las redes de pesca, para emigrar hacia Caripito, a vivir arrimado con mujer e hijos en cualquier lugar, hasta lograr conseguir un empleo o un oficio, y construir o alquilar una casita, que les permitiera una mejor forma de vida, y darle a sus hijos,la educación que ellos no pudieron tener.

Ahora estaban allí, esos hijos de Caripito, en pantalones largos, a pocos días de la tan ansiada graduación, sin “un cuartillo” en los bolsillos, la mayoría de ellos, pero radiantes, alegres, enérgicos y muy animados; próximos a convertirse en bachilleres de la República (cosa que muy pocas personas habían logrado hasta entonces, por falta de recursos o por la ausencia de este tipo de instituciones en los pueblos de donde provenían) y con la ilusión y la esperanza de poder continuar estudios técnicos o universitarios en algún otro lugar del país.

Por aquellos días, algunos de estos bachilleres, habían comenzado a hablar en una forma muy curiosa, y que los más pequeños no entendíamos. Anibita llegó una tarde diciendo. “Benmuyer disimir cionfor maguara maguara”, y abrazó a su mamá Carmen Acosta.

Ella reaccionó diciendo: -Uhmju... cuidao con andá diciendo grosería muchacho!- y él agregó: -Écheme la bendición.
-Mira, muchacho- dijo Carmen Acosta -¿qué es eso que ustedes andan diciendo ahora?... Mucho cuidao con andá agarrando a la gente de “chacota”, mira que a mí no me gusta eso... Usté tiene que respetá si quiere que lo respeten-.

Aníbal la abrazó, le dio un beso bien sonado y le dijo: No, mamá, eso es una forma de hablá que tenemos pa que no sepan lo que estamos diciendo ...es como un trabalegua... y eso es nada más entre nosotros, o sea Saúl, Mandíbula, Gustavo, Meña... tú sabes, los que somos de la promoción, y uno que otro.
-A bueno… viavé- dijo Carmen Acosta -que no sepa yo que estás faltándole respeto a alguien mayor…
-No mamá... tu sabes que no- ripostó. -Y papá, ¿ya llegó?.- Se refería Aníbal a Pablo Fierro, quien junto a Josefina Carrera de Fierro, habían ayudado a Carmen Acosta a criarlo, como un hermano más, de sus legítimos hijos. Y así había sido.
-No, debe estar por llegar, ¿por qué?- dijo Carmen Acosta.

-Ah... nooo... porque tengo que hablar algo con él... bueno tú sabes, lo que te decía la otra vez, tú sabes que yo quiero seguir estudiando y no tengo donde llegar en Cumaná. Entonces he estado conversando con Saúl, y hay varios de Caripito que estamos haciendo diligencias a ver si conseguimos entrar a la UCV, y los profesores del Liceo nos van a ayudar a hacer los contactos, pero además, allá esta el “Che” Miérez; él está muy metido en la Federación de Centros Universitarios, y ya ha ayudado a algunos estudiantes de Caripito a conseguir residencia en la UCV. Yo quiero hablar con papá, a ver si me da permiso para irme a estudiar a Caracas. Claro, si todo sale como yo espero.

-Bueno, mijo... eso sería muy bueno si consigues una residencia dentro de la misma universidad, porque así se te hace todo más fácil, y no tienes que gasta tanto en pasajes, porque allà no va a estar el profesor Bermúdez pa date la cola to los días... bueno, espérate por ahí a que llegue Pablo, él debe estar por llegar, porque ahorita me dijo “La Chicha” que lo había visto en la carnicería e Calixto Lugo. ...Pero eso sí... háblale claro... y tienes que obedecer a lo que él decida…

-Claro mamá... claro, claro.- y salió corriendo al porche de la casa gritando: Ah ...Palangana... Palangana... vas a jugá billar pal Montecarlo?

-Mira, muchacho... ¿a quien le dices tú así? – gritó Carmen desde adentro.

-Sí... vente!- Era Andrés Martínez hijo -vamos un rato donde Armando Robles.

-Voy en un rato...- dijo Aníbal -nos vemos allá, pero no te vayas a ir antes que yo llegue, que tengo que contarte un chiste de “Mato Tibio”.- Y diciendo esto, volteó a los lados a ver quién lo estaba escuchando, porque era un apodo que, por el carácter tan estricto que imponía en sus alumnos, le habían puesto a su profesor y a la vez amigo Juan Bermúdez. En eso, viendo en otra dirección, volvió a gritar...

-“Me muyer Ña guará”- y Meña, la hija de Julia, que vivía a pocos metros de allí, y en ese momento estaba llegando del liceo Monagas respondió:

–A guara Ni simil Bal guara.

Era el lenguaje de moda... Era la víspera de la graduación... Era la emoción de vivir en Caripito y haber podido obtener el título de Bachiller de la República, un título que muy pocas personas, en todo el país, habían logrado para entonces.

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Nota: Dedico este artículo a la memoria de Anibal Ortiz, quien fue un hermano de quien aprendí de la manera mas viva, lo que es ser una persona entusiasta, quien luchó, desde muy pequeño, con todas las circunstancias que le rodearon en vida, para curarse, estudiar, casarse, trabajar, formar un hogar estable, tener hijos, y asumir todos los compromisos que su fe cristiana demandaban de él. Mantuvo siempre, una actitud retadora y audaz ante la vida y sus circunstancias. La escuela que fue su atribulada niñez; le había exigido esforzarse más que los demás, para poder lograr sus metas, eso le desarrolló un ferreo orgullo, que así como lo ayudó a superarse y lograr muy elevadas metas, pudo tambièn haber influido, para que, ya en el ocaso de su vida, a pesar de su más importante logro, de una bella familia, con una esposa e hijas, que siempre estuvieron a su lado, conscientes incluso de las debilidades de él, adoptó una forma de vida aislada en su “yo interior”, silenciosa e impenetrable; hasta el dia de su muerte, hace ahora dos años.


A la memoria de Carmen Acosta, quien no le falló a Dios, en los propositos que éste le encomendóA la Sra Rosa Santana, con quien compartimos, los caripiteños de entonces, sus consejos, sus anécdotas del circo donde trabajó en su juventud, sus famosas conservas de “cacahuate”, o el delicioso “mondongo”, de su reconocido restaurant.


Finalmente, dedico también, este artículo, a todos los bachilleres que han egresado del Liceo Jose Tadeo Monagas, los de antaño, y los de ahora. Los que allí estudiamos alguna vez, andamos por el mundo, forjando un mejor porvenir para todos, y llevando mensajes de paz y esperanza a los pueblos.

AQUEL CINE PRINCESA

En Caripito, a mediados de la década de los sesenta, la tan renombrada época dorada, por tantos cambios y acontecimientos de trascendencia que se estaban produciendo en el mundo, ocurrió un hecho que de algún modo afectó de una manera determinante la vida de algunos de sus pobladores. Uno de esos eventos, catalogado como “catastrófico”, y que quedó plasmado en la memoria de muchos de los que lo vivieron de cerca, fue la total destrucción del Cine Princesa, ocurrida en el mes de Septiembre de 1965.

En aquel tiempo, dos importantes salas de cine, ubicadas en la Calle Bolívar de “Caripito arriba”, como se decía, capitalizaban las horas de esparcimiento de los pobladores, y marcaban la pauta en cuanto a proyecciones de estrenos del cine, documentales, y hasta presentaciones de espectáculos en vivo: El Teatro Ayacucho, el cual basaba su programación, en producciones cinematográficas, provenientes de México y España; y el Cine Princesa, cuyas producciones parecían abarcar un espectro bastante más amplio, en donde se podía ir a ver una película francesa, italiana o una reciente producción del muy afamado cine de Hollywood.

Adicional a estas “formales” salas de cine, existía otra, en la avenida principal de La Sabana, justo, al frente de la Refinería. Había, además, otras más informales, como las de los grandes salones de baile del Club Standard, y del Club Juan Vicente González, donde era muy frecuente ver películas, en horario vespertino, algunos fines de semana.

Pero... ¿Cómo era el Cine Princesa?, y ¿Qué fue lo que ocasionó su desaparición?. La causa fue un Incendio!. Pero la repuesta técnica, o vale mejor decir, las conclusiones que arrojaron las investigaciones realizadas por los organismos competentes, no fueron del dominio público. Se dice que las investigaciones realizadas para aquellos tiempos no aportaron una evidencia que permitiera concluir si había sido un evento causado por algún accidente, como ocurre la mayoría de las veces, o si por el contrario, se había tratado de una acción de manos criminales.

A continuación les cuento, parte de cómo nosotros vivimos aquellos dias....
Domingo Boada era un joven de unos 25 años que estaba empleado en el Cine Princesa, y que desempeñaba allí múltiples funciones. Era un muchacho de buena apariencia física, con una musculatura muy bien cultivada, la cual destacaba aún más, debido a lo ajustado al cuerpo de las franelas que comunmente usaba. Tenía el pelo ondulado, de color negro, muy brillante; unas patillas y unos bigotes cortados con mucha precisión; y justo sobre la frente, le asomaba un “copete” que caía como una serpentina; lo cual le daba un singular aspecto de romántico aventurero. Era pues, el estereotipo de galán que promocionaban las películas del cine de entonces.

Estaba encargado de controlar el acceso a las funciones de cine por la entrada principal a “galería”, que quedaba por la calle transversal haciendo frente con el Sindicato de Trabajadores Petroleros de Caripito. Esas funciones de portero, las cumplía diariamente, a cabalidad. La puerta de entrada a “Balcón”, y la de “Preferencia”, quedaban ambas por la fachada principal, que daba hacia la Calle Bolívar, justo frente a la Ferretería de “Chavalo” Rodríguez.

Pero, aquí viene la primera cosa interesante, ¿Cómo se hacía la publicidad de las películas del cine princesa? Este es uno de los grandes ejemplos de virtuosismo que tenían muchas de las personas que conocimos en aquella época y con las cuales compartimos tantos momentos.

Cada noche había dos funciones, la primera, en horario de 6:00 a 8:00 p.m., y la segunda, era en horario de 8: 30 p.m. a 10:30 aproximadamente; de manera que, Domingo estaba pendiente de recibir las entradas en la puerta de galería, al menos, hasta las 9:00 de la noche. A partir de entonces, abría un pequeño cuarto o depósito muy cercano a la puerta de acceso a “galería”; sacaba unos diez o doce frascos grandes que contenían pintura; y unas botellas con infinidad de brochas y pinceles de diversos grosores y tamaños, y allí comenzaba un verdadero acontecer en el arte pictórico.

El Cine Princesa, para promocionar las películas, utilizaba unos 20 o 30 “cartelones” de 1 metro de alto por 60 centímetros de ancho, conformados por una especie de marco de madera con patas, sobre el cual se clavaba una lámina metálica plana con un recubrimiento de cinc, que aumentaba su resistencia a los efectos de la intemperie. Posteriormente se le aplicaba un engrudo, a base de almidón, y luego era recubierto con dos capas de papel, que al secar dejaban una superficie perfecta para rotular, graficar, etc.

Domingo poseía una regla de madera con la cual trazaba, con gran habilidad, líneas paralelas sobre el papel amarillento, y una destreza que no he conocido después en ningún artista. Tomaba los pinceles, los empapaba en pintura y en un santiamén se podía leer en todos los cartelones, algo como esto:“Hoy, tarde, 6:30 p.m., Tarzán de los Monos, 6:30 p.m., Tarde” (en letras muy grandes, en la sección inferior). Además, decía: con Jhonny Weismuller -que era el actor principal-. En una sección más pequeña, en la parte superior del cartelón decía: “Noche 8:30 p.m., Viaje al centro de la Tierra, 8:30 p.m. Noche”.Aparte del tamaño de las letras, y el horario; el color utilizado también diferenciaba cada una de las funciones.

Una tarde que andaba merodeando por los lados de “El Sindicato”, como decíamos generalmente, estuve un rato viendo al maestro Zamora impartiendo sus clases de mecanografía a un grupo de unos 15 “aprendices” que, pensaba yo entonces, estaban siendo entrenados por la Creole para posteriormente reportarlos. Las dimensiones tan grandes del recinto, por una parte, y el silencio de los aprendices, por la otra, contribuían a destacar el incesante tecleo de las maquinas, además del acostumbrado timbre, que sonaba cada tanto para anunciar el avance del rodillo, y en consecuencia, de la hoja carta que daba paso a la siguiente línea..El maestro Zamora caminaba muy lentamente entre aquellas personas, y cada dos o tres minutos aproximadamente, decía unas palabras que automáticamente hacían que el tecleo de las máquinas cambiara de ritmo. Confieso que jamás llegué a entender ni una sola de esas palabras.Yo había observado tantas veces, a través de las ventanas que daban al exterior del sindicato, esas clases de mecanografía, y siempre veía lo mismo. El maestro Zamora, vestido muy elegantemente, colocaba el saco del “flux” en el espaldar de la silla de su escritorio de fina madera, y luego se paseaba entre los aspirantes, colgando de los bolsillos de una pequeña chaqueta ceñida al cuerpo, sus dedos pulgares. De vez en cuando metía una mano en uno de los bolsillos y se quedaba acariciando un reloj de bolsillo enchapado en oro de 18 kilates, el cual sacaba con cierta frecuencia, y observaba; supongo que para realizar la mejor distribución posible, del tiempo que establecía para las rutinas que hacían aquellas personas.

Una tarde que estaba observando las clases de mecanografía, comenzaron a gritar, de repente, desde una ventana más lejana, y los gritos de la persona que lo hacía, se amplificaban mucho, debido a la excelente acústica del salón. Yo salí corriendo hacia los lados del Cine Princesa para que no me culparan a mí, y pude ver al responsable de la situación, que aún permanecía gritando en la ventana, y decía: “Heeee... Heeee..” Era Joel, el hermano menor de mi amigo Hernán Marval. Pasé corriendo a su lado y le dije: Corre, corre que si te ven, te van a mandar a castigar; allí están dando clases.Joel se puso pálido y salió corriendo detrás de mí. Nos metimos hacia el Cine Princesa, porque vimos la puerta de “galerìa” abierta. Joel estaba muy asustado, pero a la vez trataba de reírse y me decía... “¿Verdá… Verdá?...por “maína” que yo no sabía Miguel...” Y juraba haciendo un ademán con la mano derecha, la cual se besaba mientras decía “...por ésta que no sabía, ...bueno, bueno ...no me di cuenta, …no me di cuenta.Joel tenía unos diez a once años a lo sumo, y yo creía en ese momento, en su inocencia; pero, en anteriores oportunidades, ya había ocurrido que se dedicaba a atemorizar o a burlarse de los muchachos de su edad, motivo por el cual me dejaba la duda.De todas maneras yo le dije: “...okey, Joel ...yo te creo ...pero no metas a tu madrina en esto” ...el repondió: “...ta bien, pues ...por mi mai, por mi mai...” -insistí y le dije: …Joel, no es necesario que jures para que yo te crea.Allí confirmé que él no lo había hecho a propósito.

En eso nos sorprendió una voz:“Qué pasó aaa?”. Era la voz de Domingo Boada.Nada, nada respondí yo y nos quedamos mirando lo que Domingo hacía.

Allí pudimos ver como preparaba, en secciones, una especie de pantalla de unos 2 metros de alto por 4 metros de ancho, y la pintaba con una velocidad pasmosa. Tenía en sus manos una fotografía de una pareja de actores que protagonizaban la película y que él debía pintar a una escala muy superior.

A decir verdad, me quedé atónito, y creo que ver realizar aquel trabajo fue un gran estímulo para que yo me interesara un poco más en aumentar mi atención por las artes plásticas, y en especial, por la pintura. El cartel de Domingo superaba en belleza y colorido aquel pequeño folleto que le enviaban cada semana, para que de allí tomara las imágenes y pintara los carteles a ubicar en la fachada principal del cine.

Cada mañana, a eso de las 7 a.m., otro joven, llamado Orlando, a quien nosotros le decíamos “Tawa”, por su gran parecido físico con el protagonista de un libro de cuentos de la selva, emprendía una labor un tanto diferente, pero titánica y digna de admiración. Orlando salía desde el Cine princesa, trotando, a recoger los veinte cartelones que desde el día anterior había dejado colocados en sitios estratégicos por su visibilidad. Debía ir al barrio “La Sabana” y a “Los Mangos”, pasando luego por “Bello Monte”, que era por donde estaban colocados los más alejados, y venirse con tan sólo cuatro cartelones; dos sobre cada uno de sus hombros, hasta llegar al cine; dejarlos allí y salir de nuevo a buscar otros cuatro, que estaban colocados en el estadio El Porvenir, La Escuela Andres Bello, El Abasto “Los Potocos” y otro en el Club Juan Vicente González.En un tercer viaje recogía uno ubicado en el abasto cercano a la Plaza Bolívar, otro ubicado frente a la casa de Juan Maza, otro en el Club Standard y otro en “El Comísare”, como le decíamos la gran mayoría de los caripiteños a una especie de supermercado que había.Los cartelones restantes estaban distribuidos entre los barrios “La Manga”, “El Rincón”, “Caripito Abajo” y “Caripito Arriba”.Pero eso no era todo. Cuando apenas había terminando de recoger la totalidad de los cartelones, a eso de las 9: 30 de la mañana, ya Domingo le tenía lista la primera tanda para que los llevara nuevamente a los mismos lugares donde los había recogido, para así anunciar la película de ese día. En total, Orlando para hacer su trabajo, tenía que trotar diariamente unos 10 a 15 Kilómetros, lo cual hacía con una sonrisa a flor de piel.

Joel y yo comentábamos esto en voz baja y nos maravillábamos de ambos personajes. De pronto Joel me pregunta: “bueno Miguel… y ¿quién crees tú por fin que es El Gavilán?...¿Será Julio Cesar Santos o Narciso Cabriales?.” Yo me reía mucho de las salidas de Joel, pero más me reía era porque él no era contemporáneo conmigo, pero me hablaba de tú a tú. “Ninguno de los dos” -le dije- “Yo creo que es Miguel Ángel Santos.”

De las famílias Marval y Figueroa, que eran los hermanos y primos de Joel, los más contemporáneos conmigo eran José y Hernán Marval; pero Joel era muy suspicaz y siempre trataba de estar metido en las conversaciones de otros mayores que él.A mí eso me llamaba mucho la atención, positivamente, por supuesto, pues a pesar de que los modales y costumbres, estaban cambiando vertiginosamente en los años sesenta, todavía había una cierta inercia en el ambiente, según la cual las personas de una misma generación (entiéndase de igual edad), no permitían que alguien con varios años menos, aunque fuera un solo año de diferencia, interviniera en sus conversaciones. La gente hasta se ofendía, pero a mí, me daba risa y me agradaba, siempre que la intervención fuera para el verdadero intercambio de opiniones, adquirir conocimientos, o sencillamente transmitir un mensaje o la idea de algo.

Pero, había algo más en la agudeza de este muchacho de tan sólo 11 años, él se las ingeniaba para permanecer al tanto de todo cuanto acontecía cada día en el pueblo, especialmente entre sus hermanos mayores y los amigos, y comenzó a practicar con éxito entre nosotros la habilidosa característica de “satirizar” todo tipo de situaciones, lo cual, desde un principio logró, y con el tiempo fue perfeccionando. Era, pues, desde pequeño un niño temido por todos nosotros, inclusive mayores que él, por la naturaleza de sus sarcásticos comentarios.

“¿Tú sabes quien creo yo que es?” -dijo Joel- “....Julio Cesar Santos ...y acuérdate de mí ...ya vas a ver que es así ...ahh ...y no te extrañe que Doña Elodia sea el hipnotizador”. De pronto, sin más ni más, me cambió el tema –“…Ah Miguel ...¿Es verdad que tú y Guaypaco van a formar un conjunto de rock and roll?, ¿y que va a estar Juán Alcazar y tu hermano Ramón?. Yo le respondí, preguntándole que ¿cómo él sabía eso?, y me dijo que se lo había dicho Marielys, quien nos había visto ensayando el día anterior en la casa de “Facho”.Entonces salió con otra de las suyas y agregó: “¡Los felicito!, ustedes van a tener éxito, porque esa música es para gente joven, no esas canciones de despecho que se oyen en la rockola de “Colega”. Se refería al Sr Olegario Alcalá, quien tenía una especie de bar en el cruce de la calles Sucre con el callejón Monagas.

Joel sacó de sus bolsillos, de repente, una moneda de un bolívar y dijo: “...várgame Dios ...maína debe estar como plancha e chino, si, si... yo salí fue pa´ la botica a comprá medio e’ valeriana ...okey, okey. nos vemos.. nos vemos – y salió corriendo -.

Voltié la mirada nuevamente y vi que Domingo había terminado su trabajo y se disponía a cerrar el depósito. Entonces dijo: “...ese carajito no tiene tamaño pa las vainas que dice”. Escuché a Domingo y lo que hice fue reír.

Le pregunté a Domingo que qué tal era la película esa que estaban pasando Viaje al Centro de la Tierra?. Y me dijo que era buena… que tratara de verla… que había unas escenas impresionantes que uno no podía imaginarse como podían producir en el cine escenas con tal grado de imaginación.

Me despedí de Domingo Boada, y ese mismo fin de semana pude ir al cine a ver la película, la cual me dejó impresionado por lo fantasiosa, pero a la vez por las imágenes y efectos que la hacían parecer tan real. Unas pocas noches después de haber visto esa película ocurrió lo inesperado. Me desperté a las 2 de la mañana, por los gritos de angustia y desesperación de los vecinos. “Caripito arriba” era un verdadero alboroto, estaba convertido en un inmenso “fogón”. El Cine Princesa estaba envuelto en llamas, y el fuego amenazaba con devorar las viviendas de muchas otras familias en sus alrededores.A pesar de estar próximo a cumplir mis 15 años, a ninguno de los muchachos se nos permitió salir ni siquiera al frente de la casa. Todo el “techorrazo” de mi casa resplandecía; la luz provenía de la calle. Afuera se escuchaban camiones bomberiles que, tocando sus campanas, a toda velocidad pasaban por la calle.

Corrí hasta la ventana del cuarto principal que daba a la fachada de la casa y no podía creer lo que veía. Desde la ventana de la casa, podía abarcar con la mirada, El Hotel Plaza, la casa del Sr Tello, Pedro Lezama (Ño), Calixto Lugo y la de la señora Cruz. Todas ante mí aparecían de un mismo color, amarillo y naranja, por los efectos del resplandor. De pronto de los lados del sindicato se oía venir a Julio Morao o a alguna otra persona, y decir: “Eso se está quemando todo. Ahí no va a quedar nada”. Se oía llanto y gritos a lo lejos. Yo permanecí largo rato junto con mis hermanos parado en la inmensa ventana. Estábamos muy afligidos. No estábamos más angustiados, porque las personas mayores nos decían que el fuego era en el Cine y que ya estaban allá las unidades bomberiles de la Creole, además habían llegado otras de Miraflores y de Quiriquire en apoyo al comandante de los bomberos de Caripito, que era el Sargento Márquez, ...pero créanme, los que no lo vivieron, que las llamas y la radiación eran algo tan grande que daba la impresión que el fuego lo teníamos encima del techo de nuestra casa, la No 30 de la calle Sucre, justo al frente del Hotel Plaza.

Al día siguiente, a las 10 de la mañana, aún se combatía con aquel incendio que dejó a varias familias sin vivienda; entre ellas a la Familia Marín, Familia Alcoba, al Propietario del Cine, quien tenía su residencia en la misma edificación, y no recuerdo a quien más.

El Cine Princesa pasó con el tiempo a ser un simple recuerdo en la memoria de los que lo conocieron, y el terreno donde antes funcionó, pasó a ser durante muchos años, un terreno baldío, lugar acostumbrado por nosotros, para la recreación, en donde se disputaron durante mucho tiempo las “caimaneras” que sirvieron de entretenimiento de esas nuevas generaciones de caripiteños que crecieron, tratando de emular con un guante y una pelota a sus coterráneos, Nelson García, Jesús y Nelson Quilarque, Marcano Trillo, Antonio y Federico Lunar, Enio González, y a muchas otras estrellas del besibol que habían salido de Caripito y que tantas satisfacciones nos habían dado.

De esas caimaneras que se jugaron en el terreno del Cine Princesa contra “Los Cerritos” surgió la máxima figura del softbol que hemos tenido, el muy popular “Chiguana”, que después de haber perdido todos los juegos de pelotica e goma, en los cuales se autodesignó como pitcher, optó posteriormente por incursionar en el softbol, deporte en el cual brilló, y que le brindó tantas satisfacciones, que le significó un merecido reconocimiento a nivel nacional e Internacional.
Es por ello que, cada vez que evoco el pueblo de Caripito y “…aquel Cine Princesa”…me vienen de inmediato a la memoria las películas del Capitán Maravilla, el joven Domingo Boada, de quien no supe nunca a donde fue a parar con su destreza para el Arte y la Publicidad, Orlando “Tawa”, quien tiempo después participó en un maratón de 10 Kilómetros y sorpresivamente le ganó a los atletas consagrados en esa especialidad, hazaña que luego repitió hasta el cansancio, convirtiéndose a la postre, en el mejor maratonista del Estado Monagas, con excelente figuración en Juegos Deportivos Nacionales, y tantas otras cosas bellas que allí vivímos.

Imagino nuevamente a mis amigos caripiteños de la infancia en aquellas “caimaneras” de pelotica e goma, y acude a mi mente una frase temeraria e inquietente que puso Joel muy de moda en aquellos tiempos, con su muy característica manera de azuzar:

“...epa ...epa ...epa ...juego o sabotio ...juego o sabotio ...ya lo dije ...ya lo dije ...juego o sabotio”.
Era un verdadero show, porque jamás lo vi sabotear verdaderamente un juego ...pero la amenaza estaba allí, en su manera de decir las cosas.

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P:D: Dedico este artículo a las Familias Marval y Figueroa, y muy especialmente a Don Natividad Figueroa; quienes, cuando fue necesario, nos dieron albergue, cariño y protección a mí y a mis familiares.
Joel Marval, hoy en día, aún vive en Caripito y sigue siendo un excelente amigo, ya no es el mismo en su manera de hablar …su sarcasmo y sus sátiras, han sido perfeccionados!!! ...Ja ...Ja ...Ja …Que Dios lo bendiga!

jueves, 26 de julio de 2007

UN DOMINGO EN CARIPE VIEJO

Amanecía aquel domingo del mes de Julio de 1959, y yo me había levantado a las seis de la mañana para acompañar a mi tía Carmen a un día de campo en un conuco, propiedad de un amigo suyo, que ella llamaba Centeno.A diferencia del día anterior, en el cual había llovido mucho durante la tarde, y parte de la noche, ahora, ya no llovía; tal vez desde las once o doce de la noche, y yo pensaba, con un poco de inseguridad, si aquel par de machetes que mi tía había colocado en forma de cruz, en el patio de la casa, había surtido algún efecto, como para que ahora, como por un acto, que parecía más de magia que de fe, la lluvia hubiera cesado.

En Caripito, puede llover en cualquier época del año, por varios días seguidos, y puede ocurrir con tal intensidad, que hay que refugiarse de los rayos y centellas, que, tras un espantoso estallido, caen hacia lugares impredecibles.Ya, un año antes, a causa de lluvias como ésas, yo había visto como el río Caripe, transformado en un gigantesco lago de color ocre, escapaba de su cauce y tomaba por asalto a los pobladores de “Caripito abajo”, dejando damnificadas a cientos de familias, causándoles grandes pérdidas a los comerciantes e instituciones establecidos en esa zona, y creando una angustia inédita en la población. La tristeza fue mayor cuando, desde los lugares más altos, vimos al Doctor Diógenes Alfonzo y su esposa Magdalena, rescatando uno a uno, con la ayuda de una curiara, a los pacientes, que se encontraban hospitalizados en la Clínica perteneciente a la pareja mencionada; mientras el nivel del agua subía, de cuarenta centímetros que tenía a las diez de la mañana, hasta llegar a metro y medio, en horas de la tarde; cuando, con el apoyo de dos agentes bomberiles, que se les agregaron, rescataron las últimas dos personas.

-Ven mijo, vámonos, ponte este “paño” en la cabeza- dijo mi tía. Salimos de la casa, y cerramos con mucho cuidado para no despertar a nadie más.Afuera hacía frío, y apenas comenzaba a aclarar. Ella había recogido los machetes que estaban en el patio la noche anterior, y ahora los llevaba envueltos en papel, y metidos en una especie de saco con asas. Nunca supe cual era el verdadero nombre de esos sacos con asa; algunos les decían “marusa”; a mí me parecían más bien unos “mapires”, pero éstos no poseen asas cortas, y son tejidos con hojas de palma.

-Espérame aquí un momento que voy donde Natividad Figueroa y ya regreso-. Me sorprendí de ver que, a esa hora, el señor Natividad la esperaba. Conversaron brevemente, y enseguida mi tía volvió con un manojo de llaves en las manos. -Vamos mijo, tápate bien con el paño- volvió a decir. Casi inmediatamente, comenzó a hablar en voz baja, como a un tercer interlocutor. Yo estaba acostumbrado a esas misteriosas conversaciones, mi tía hablaba muy frecuentemente así, especialmente, cuando se encontraba sola. Era normal escucharla decir oraciones encomendándose a la Santísima Trinidad, a San Judas Tadeo o a José Gregorio Hernández; sobre todo, si se trataba de un viaje, o si había que enfrentar alguna situación que parecía novedosa, o simplemente, una travesía.

Nos disponíamos a cruzar la calle Sucre, cuando vimos pasar un autobús de color plateado, recogiendo al personal de la Creole que se dirigía a iniciar sus labores cotidianas. El autobús se detuvo frente a la casa de los Rodríguez; recogió a una persona, que creo era el señor Mago, y luego avanzó hasta “La Isla”, donde recogió al señor Gabriel; a este último, los muchachos, con cariño, le decíamos “Tío Yengo”, repitiendo el apodo que usaban sus verdaderos sobrinos: los Robles y los Latuff. Cruzamos, y bajamos por la Calle Piar.

Comenzaba a amanecer. Desde la parte alta de la escalinata se divisaba el horizonte. El cielo estaba bastante despejado, y ya los tonos de azul celeste mostraban, como especie de “motas” rosadas y anaranjadas conformadas por múltiples y muy pequeñas nubes, esparcidas en el inmenso cielo. Allá, bien abajo, en el horizonte, una breve franja de luz, muy rojiza, como un pedazo de hierro recién fundido, anunciaba la salida del sol. Bajamos las escalinatas, pasamos frente a la planta de hielo de la calle Guaicaipuro y cruzamos la avenida Boyacá, en dirección a la Nueva Esparta. Yo caminaba con la mirada tendida hacia el Liceo Monagas; allí, justo al lado del liceo, quedaba el Mercado Municipal, y también la escuela donde entonces yo cursaba el cuarto grado de primaria: mi querida escuela Pedro Gual. En el pueblo se rumoraba que iban a mudar el liceo Monagas, y yo no sabía si nosotros, los de la escuela Pedro Gual, también nos íbamos a tener que mudar, porque la escuela funcionaba en el mismo terreno.

Avanzamos hacia la Estación de Servicio Philips y cruzamos a la derecha en dirección al Club Marino “El Ranchito”. Justo al llegar allí, la carretera se abría en dos vías: una, asfaltada, a la izquierda, que continuaba hacia el muelle donde cargaban los buques o “tanqueros” que entraban por el río San Juan a abastecerse de petróleo; y la otra, una carretera de granza, a la derecha, que nos guiaría hacia los conucos de Caripe Viejo. Mi tía Carmen se detenía a ratos, para que yo descansara. Ella trataba de evitar que me fatigara con la caminata, pues en ocasiones previas, me había dado crisis de asma, y eso era algo que ella no quería que ocurriera; mucho menos a causa de este paseo. La noche anterior, ella había estado a punto de cancelar mi visita a Caripe Viejo, porque no quería que me fuera a mojar. Yo le había dicho que yo, al igual que ella, creía que no iba a llover más, y que si no llovía ese domingo la acompañaría. Caminamos uno o dos kilómetros más, hasta llegar a un portón con candados. Allí se detuvo un momento y dijo: -Este es el terreno de Natividad, cuando vengamos de donde Centeno vamos a entrar a buscar unos mangos, y unos aguacates.

Avanzamos un trecho no muy largo hasta llegar al conuco de Centeno. La entrada era un camino entre pequeños arbustos. Estaba bastante húmedo. Tenía marcas recientes de llantas de bicicleta, y estaba salpicado de pequeñas pepas de “jobito e’ río”, las cuales caían de unos árboles muy altos y frondosos, ubicados a ambos lados del camino. A unos metros más se divisaba la vivienda: un pequeño rancho construido sobre una especie de terraza, con largueros de caña brava, bejucos, y láminas de zinc. La alegría del señor Centeno, su esposa, y una niña -que creo era su hija- no la podían ocultar, al vernos llegar. No habían recibido visita quién sabe desde cuando. Nos recibieron muy emocionados, nos ofrecieron casi de inmediato, un poco de dulce de jobo que habían preparado para la ocasión, desde el día anterior. Yo ya conocía ese dulce, pues era uno de mis favoritos en mis viajes de vacaciones escolares a Guaraúnos, el pueblito del Estado Sucre donde nací.

Al poco rato de estar allí, mi tía Carmen ayudaba a pelar unas mazorcas, mientras la otra señora juntaba unos tizones sobre el fogón, y agregaba trozos de leña para avivar la llama. El señor Centeno quería aprovechar los conocimientos de cocina de mi tía Carmen, para preparar una “mazamorra” de jojoto. Me puse a curiosear por allí sintiéndome también muy contento; había descubierto en los alrededores, muchas pepas de “guaraguao” y cantidades de “cachitos”, esparcidos en el suelo, bajo los árboles de donde brotaban. Yo recogía los que veía en mejor estado, los metía en mi bolsillo y sacaba cuenta de a quienes de mis amigos les iba a llevar aquellos obsequios tan apreciados. El señor Centeno me vio curioseando la bicicleta que él tenía recostada a una mata de “catuche”, y me ayudó a montarla, sin soltarme, pues el vehículo era muy grande para mí. Me enseñó a meterme por dentro del cuadro de éste para poder pisar los dos pedales. Así estuvimos un rato y cuando percibió que yo ya no quería montar bicicleta, me invitó a recoger unas frutas. Tenía matas de cambur, jobo, ponsigué, cerecitas, anón, granada, y muchas otras.

Había muchos pájaros, y él me decía los nombres de cada uno de ellos. Yo había oído, desde que llegamos, el sonido de los pájaros, pero noté que se oye diferente cuando estás pendiente de otras cosas, a cuando estas tratando de “escucharlos”. Allí fue que noté, sin verlos, que había más de doce tipos de pájaros cantando. El señor Centeno me señalaba con sus dedos los árboles donde había nidos, y también, los pájaros que frecuentemente ejecutaban un vuelo entre las frondas. Me decía: ése es el arrendajo, aquel es un “Cristo fue”, ése el pico e’ plata, la tórtola, el azulejo, la paraulata, el pitirre; y hasta un colibrí, que estuvo revoloteando, sobre una flor de cachupina, muy cerca de mí.

En Guaraúnos, yo había aprendido a reconocer algunos de ellos, pero ahora, allí, en Caripe Viejo, el señor Centeno me había dado una corta lección acerca de la naturaleza, y yo me daba cuenta, de que no correspondía sólo a mí, decidir de quienes iba a aprender algo en la vida. Me quedé abstraído por un momento, recordando el gran esfuerzo que, para que pusiéramos atención a sus enseñanzas, tenían que hacer mis maestras de la Pedro Gual. Me vinieron a la mente, cada una de ellas: Gladys, Carmencita Guilarte, Magalys de González, y la que había tenido durante ese año escolar, la maestra Teresita Rangel, a quien le había tocado la difícil tarea de enseñarnos los números quebrados. Me sentí invadido por una sensación de inmenso amor y cariño, y creo que sonreí, porque el señor Centeno me dijo en ese instante –Ajaaaa, te estás aprendiendo los nombres de los pájaros de memoria-. Le seguí la corriente y le dije que sí. Él continuó entonces repitiendo: -Una paraulata, un arrendajo, ése es un piapoco... un piapoco... ¿lo viste?, ven, ven... vamos a ver donde se paró, vamos a ver si canta, para que oigas el canto del piapoco.

Un rato después llamaron a comer. Había muchos tipos de verduras sobre la mesa. La mesa estaba construida con caña brava, y a ambos lados había unos troncos donde se podía uno sentar muy cómodamente. –Come, hijo- decía Centeno-. –Carmen, ¿le puedo dar mapuey y batata al niño?- decía. Yo mismo respondí que sí. Quería probar nuevamente aquellas cosas que antes no me habían gustado. Mi tía se quedó extrañada de mi respuesta, pues ella nos había ofrecido eso en la casa y nunca lo comíamos.Le dije que quería probar a ver si aprendía a comerlo. Ella lo que agregó fue -Miguel es buena boca, pero Ramón... huummm, ña pa ñe, salí tan di, alé de mué-. Una vez más escuchaba esa expresión de parte de mi tía Carmen, pero no entendía nunca qué era lo que significaba; y Centeno, lo que hizo fue reírse. Creo, de todas maneras, que los decepcioné, pues, no hice sino probar el mapuey, y ya, no continué comiéndolo. La batata era muy dulce, para mi gusto, y solo comí un poco. Centeno me preguntó -¿Y no te gusta ocumo chino?-. Los ojos se me iluminaron, más aún, cuando vi que detrás de Centeno venía la señora con arroz blanco recién preparado, y un plato con unas “conchúas” guisadas con bastante ají, pimienta y curry. Todo aquello me era familiar, porque eso sí lo había comido, y me encantaba. Cuando pasamos a comer el postre, me arrepentí de haber comido tanto ocumo chino con conchúas, pues, aquella mazamorra estaba que ni el mejor pudín de chocolate le podía superar en sabor.

Antes de que nos diéramos cuenta, la tarde comenzaba a caer y Centeno ya había recogido unas verduras para que nos las lleváramos a casa. Mi tía Carmen le agarraba el peso a los sacos, pues aún tenía que pasar por lo de Natividad, a recoger unos mangos y unos aguacates. Nos despedimos, y, en sus miradas, sentí nuevamente la emoción de aquellas personas. El señor Centeno tenía los ojos brillosos y no se cansaba de decir que podíamos volver cada vez que quisiéramos. La señora también repetía lo mismo.
Cuando nos fuimos de allí, en una de esas que miré hacia los lados, me pareció ver una lágrima en el rostro de mi Tía Carmen. Ella se limpió la cara y me dijo: -Camina mijo, ya estamos cerca del terreno de Natividad. En el conuco de Natividad estuvimos una hora más; allí pude ver todo tipo de mangos. Como eran muy variados quería llevarme uno de cada tipo para enseñárselos a mis amigos; había mango Tin, Dudú, Chiquito, Tablita, Pecho e’paloma, Trementina, Hilacha, y uno que conocí ese domingo que le dicen Carvá, y que podía llegar a ser tan grande como un melón de regular tamaño. El terreno de Natividad estaba lleno de árboles frutales, y además había mucho café y cacao. Los árboles más grandes eran los de mangle, luego en menor escala estaban los mangos, aguacates y pumalacas; le seguían en tamaño las matas de cacao, café y plátano; finalmente al nivel más inferior estaban las matas de tomate, auyama, patilla, y muchas matas de verduras como las que tenía el señor Centeno. La recolección se hizo muy rápido porque todo estaba al alcance de la mano, y además, porque ya era hora de retornar al pueblo. Tomé un pequeño saco de tela en el cual estaban los mangos, y comenzamos a caminar.

Cuando habíamos andado unos pasos nos conseguimos con un señor de unos cincuenta años, que esperaba agachado a un lado de la carretera. -Carmenoooo-, dijo el señor.-Juan, ¿qué haces ahí, a quién esperas, hijo?-Nooo, el señor Centeno me dijo que ibas a subí pa’ Caripito arriba con unas verduras y que estabas aquí, y te estaba esperando pa’ ayudate. Mi tía Carmen le dio un saco a Juan y se quedó con el otro, porque él llevaba un saco casi lleno de ocumo chino enganchado en su cabeza. Yo caminaba detrás del señor Juan, y le calculaba la estatura, alcanzaría los dos metros o un poco menos. Tenía los pies descalzos, y con unos dedos que eran lo más parecido a un trozo de ocumo. Caminaba con los brazos y los pies un poco abiertos, pero sin muestra de ningún tipo de cansancio. Se detenía a esperarnos, y luego continuaba en silencio.

Cuando nos aproximábamos al Club Marino “El Ranchito”, el señor Juan advirtió que yo me pasaba el saquito de mangos, de una mano para la otra, y me dijo –Muchachitooo, dame acá–. Agarró el saco con la otra mano, y agregó: -camina alante, camina-. Yo sólo obedecía.

Pasamos frente al club, y nos cruzamos con unos marineros que se disponían a regresar a un buque que estaba cargando en el muelle. Continuamos, y pasamos a un lado del liceo, donde acababa de terminar un juego de béisbol, y la gente se estaba retirando de las gradas. Allí, en la esquina de la mueblería de Marcelo Clavaud, nos encontramos con la señora Ventura, que regresaba de vender dulces en el estadio del liceo. Ella y mi tía Carmen se detuvieron a conversar un momento. La señora Ventura me ofreció un “paticoscó”; especie de empanada crujiente a base de harina, rellena con conserva de coco. Le ofreció uno también al señor Juan, pero él dijo: –Nooo, gracias, yo me voy a tomar un “esnobor” o una chicha de Abilio cuando llegue a Los Cerritos.

Juan Sicoca, como le decían, y yo, subimos las escalinatas, y al llegar arriba, nos detuvimos a esperar a las señoras, que venían conversando muy animadas. En lo alto del cielo, una nube de pericos se desplazaba con mucha algarabía, más allá un papagayo, totalmente a la deriva, acababa de ser sorprendido por la filosa cola de una picúa, contra la cual, seguramente se había enfrentado.Recorrí el cielo con la mirada e intenté desde allí, divisar el trayecto recorrido, pero sólo pude alcanzar a ver hasta el club marino. Caripe Viejo, en la distancia, era un horizonte de Mangle, cobijado por una leve bruma.

LOS COLOSOS DEL ATLETISMO

Si se hace un recuento de la historia del deporte en Caripito, Miraflores, Maturín, y en todo el Edo Monagas, no se hallará una pareja de atletas tan destacada y con tanto carisma para los deportes de Pista y Campo.

Américo Gascón (Meca) y Lourdes Garmendia (Lulé), fueron atletas insignia de los años 60`s; época en la cual, las competencias de Pista y Campo despertaban el mayor interés entre la población, y batir un record Estadal o Nacional en alguna disciplina del atletismo, era cosa de horas o, más bien, de minutos.Ambos cursaron estudios en el Liceo Monagas, y bajo la mirada suspicaz del Profesor de Educación Física, Filiberto Carreño, alcanzaron un nivel de excelencia deportiva, muy difícil de encontrar hoy en día en un individuo.
Caripito, era entonces una suerte de albergue para grandes dinastías deportivas, como los Hermanos Lunar, Quilarque, Barbery, García, Torribilla, Frontado, Serra, Zorrilla, Sancler, etc.Tuvo también figuras muy destacadas en alguna disciplina en particular, así recordamos a Mary Núñez (Velocista), Luis Moya (Volibol), Silvio Áñez (Salto con Garrocha), Ángel Villarroel (Velocidad), Nelson García, etc.

Muchos habitantes del pueblo, admirados por los logros de sus coterráneos, quisieron emular a tan formidables atletas; y haciendo muy grandes sacrificios, y a pesar de no tener instructores o afiliación deportiva alguna, lograron la hazaña de arrebatar, alguna vez, los galardones reservados al atleta vencedor de una carrera ciclística o de un Maratón de 10 kilómetros.

Los años sesenta son recordados por muchos cronistas y comentaristas deportivos del periodismo, radio y televisión, como la época dorada del deporte en Venezuela.Tal aseveración se basa en la gran cantidad de Atletas y Deportistas venezolanos que surgieron de cada rincón del país, para bañarse de oro, plata y bronce, en cualquiera de las competencias de Pista y Campo que se celebraban a nivel regional, nacional o de corte Internacional.Sería muy tedioso listar aquí, los nombres de aquellas personas que se entregaban por completo a la actividad deportiva, con el inmenso deseo de poner en alto el nombre de su País, su Estado, o simplemente a su Municipio.

Para dar una idea de lo que ocurría entonces en Venezuela: Manuel Planchart, Arquímedes Herrera, Horacio Estévez, Rafael Romero y Héctor Thomas, mantenían a todo el mundo deportivo en constante zozobra, ya que los cinco atletas sostenían una muy cerrada lucha por el liderato nacional en los 100 metros planos (éste es tan sólo uno de los tantos casos que me viene a la mente para ejemplarizar).

Cada Lunes teníamos una novedad al respecto. Nos enterábamos por los diarios que llegaban al pueblo, que en la competencia celebrada durante el fin de semana anterior, el velocista Arquímedes Herrera había superado por una décima de segundo a los otros ya mencionados.Confirmaba la noticia, que se había igualado el récord nacional en la distancia, al dejar los cronómetros en 10.4 segundos, y que los jueces habían ratificado que se había celebrado la carrera con el viento “en contra”; lo cual hacía válido el crono.No habían terminado de escribir el nombre de Arquímedes Herrera en el libro de récords del atletismo venezolano, cuando llegaba la noticia de que Rafael Romero, en gran demostración, ganaba la justa de los 100 metros planos y registraba nuevo crono de 10.3 segundos; con lo cual se convertía en el nuevo líder, con un nuevo record nacional.Otro día, era Planchart con 10.2 segundos, pero con viento a favor; con lo cual ganaba la carrera, pero no se le acreditaba un nuevo record. O nuevamente Herrera con 10.2 con viento normal, O con tiempo de 10.1 en competencia “no oficial”, etc.Total, no puedo recordar cuantas veces se superaron unos a otros, pero sí entendimos los que seguíamos de cerca todos estos deportes, que gracias a esa cerrada lucha por hacer una décima de segundo menos, para derrotar a sus oponentes, pudieron alcanzar una meta jamás soñada por ellos, que fue noticia importante en el mundo; y que ocupó la primera plana en los diarios de Venezuela: “El récord mundial de los 100 metros planos fue igualado por el atleta venezolano Horácio Estevez”.

¡Jamás vi la fotografía de la llegada!. Pero decía la noticia: ¡10 Flat!.Así me lo confirmaba en su momento, mi amigo Vicente Ricóvery, quien acababa de leer las noticias deportivas. Vicente era una persona muy documentada en materia deportiva y le gustaba mucho investigar acerca del tema del deporte. Particularmente, creo que no salía de su casa antes de leer los diarios, que llegaban al pueblo, para entonces, alrededor del mediodía.

En ese tiempo, no podíamos ni soñar que podríamos ver en Caripito una carrera de atletismo por televisión. La industria de la televisión apenas obtenía sus primeros logros en las grandes capitales del centro del país, y no era algo accesible como medio de información, aparte de que no tenían una plataforma como para lograr cobertura hasta Caripito.Por esa misma situación, nuestra capacidad para imaginar las cosas, estaba muy desarrollada. De manera que revisando los cronos de cada uno de los cuatro atletas que corrieron la prueba donde se logró la hazaña, pude elaborar una imagen mental , en la cual, Horacio Estévez , en el canal de la pista más cercano al fotógrafo, sacaba el pecho hacia delante para tocar la cinta, antes que cayera la siguiente décima de segundo; mientras que, un segundo cuerpo, casi totalmente tapado desde el ángulo del fotógrafo tiraba sus seis manos hacia atrás y tres piernas hacia adelante para intentar también apoderarse de la meta. Y en mis pensamientos me decía a mí mismo: ¡Qué bárbaro, les ganó por media décima!.

Así era el atletismo de entonces en las competencias nacionales, y así mismo lo era en Caripito.
Comentábamos este tipo de situaciones del deporte nacional y luego íbamos al Estadio El Porvenir y veíamos una situación similar entre nuestros atletas.Qué difícil era saber quién podía ganar la siguiente carrera de 100 metros planos entre nuestros atletas, que eran todos juveniles, menores de 18 años.Hoy ganaba Nelson García, mañana el “caco” Guerra, luego era Ángel Villarroel, después, el negro Villegas, o el catire Brazón, y pare de contar.No menos de 12 a 20 estudiantes del Liceo Monagas podían en un día de prácticas, obtener un crono de 11.8 en la distancia.

Fue en ese tiempo cuando nuestros atletas obtuvieron una importantísima figuración a nivel regional, estadal y nacional.En la categoría junior (Menores de 15 años), en 50 metros planos, el joven Eugenio Barbery, establecía récord nacional.Lo propio hacía la joven Losbeida Torribilla, en la distancia, estableciendo el récord de 7 segundos en su categoría.

Por su parte Silvio Áñez, excelente garrochista, utilizando una vara de aluminio, lograba superar la barrera de los 4,00 metros y establecía un récord juvenil nacional, época en la cual, el record nacional lo ostentaba Héctor Thomas con 4.15 metros. Puedo imaginarme lo que hubiera hecho Áñez, en sus tiempos, con una garrocha profesional de fibra de vidrio.

Recuerdo también una curiosidad de aquellos tiempos, cuando en una competencia de preparación para ir a los juegos nacionales, el Prof. Filiberto Carreño, luego de alinear a los atletas velocistas masculinos, llamó a una niña muy delgada que estaba haciendo calistenia en la pista, y la hizo correr en una de las carrileras, contra todos ellos.Para mi sorpresa, ¡les ganó a todos!. Así fue como conocí a Mary Núñez.La flaca Mary Nuñez tenía mucha garra, fue una excelente velocista que con sólo 14 años, ya derrotaba a los hombres en las pruebas de velocidad.

Betilde Jeanty, fue también una excelente atleta, y con grandes cualidades además para otros deportes como el volibol o el basket. Pude verla alternar con otras muy buenas baskebolistas como Marvin Betermín, o las morochas Daisy y Belkys Torribilla.

En otras actividades deportivas como el Beisbol, el Basquetbol, Futbol, Volibol, etc. también había figuras muy destacadas.Quien tuvo la oportunidad de ver tras la malla de volibol al pequeño Luis Moya, tiene que admitir, que grande no es quien quiere, sino quien puede. Y es que Luis Moya, con apenas 1,50 metros de estatura era el hombre “show” del Volibol.Cada vez que recuerdo la propaganda de ALKA SELTZER que decía...”no sabemos como, pero lo hace”, no puedo menos que asociarla a Luis Moya.

Aquel personaje miniatura entraba a la cancha y se transformaba; comenzaba a hacer “magia” y a derrochar elegancia en el juego del volibol. Nos dejaba perplejos. Era electrizante. Tenía unos reflejos para reaccionar al más perfecto “mate” del contrario, que cuando ya el balón parecía tocar el suelo, era devuelto por el puño cerrado del pequeñín, golpeando por la parte inferior del esférico y se quedaba suspendido en el aire por varias décimas de segundo, que parecía estar colgado por hilos invisibles. Posteriormente se concretaban la combinación y el potente remate, que en los siguientes dos toques, Federico Lunar, Américo Gascón o “Juan Catorce” le imprimían al balón para clavarlo en el rectángulo del contrario.

Pero hablemos un poco de Lulé y de Meca. Ellos fueron los más galardonados en cuanta disciplina deportiva conocieron.

Lourdes no era muy alta, mediría entonces 1,65 metros y tendría unos 16 años, era fuerte y robusta, lo suficiente como para superar a todas sus contrincantes en el lanzamiento de Bala o de Jabalina. Pero, con la misma fuerza y coraje, saltaba a la pista a realizar el Salto Triple, La prueba de velocidad con Vallas, Salto Alto; y ganar en casi todas las pruebas, lo cual la convertía automáticamente en la Atleta Juvenil más destacada de su época.La única atleta con la que llegué a comparar a Lulé por tener un brillo estelar fue a Gisela Vidal Ella fue insuperable en los deportes de pista y campo; asi lo demostraba en las competencias internacionales.

Pero cuando recuerdo a la sensacional Lulé, la recuerdo muy involucrada en aquel entorno tan motivador y entusiasta que había en el Liceo Monagas, y sigo sintiendo una inmensa admiración por tanta virtud concentrada en una sola persona, dando todo en la pista, viéndose superada en los 100 o 200 metros planos, por escasas décimas de segundo, ante una rival como Mary Núñez o como Betilde Jeanty, pero llevándose todos los puntos correspondientes a la primera posición en el resto de las disciplinas del pentatlón.Por si fuera poco, a diferencia de Gisela Vidal, a quien también admiré mucho, Lulé egresó del Liceo Monágas y nunca fue desplazada como Capitán de los Equipos de Volibol y de Basket, porque fue una deportista sencillamente fenomenal!.Esto puedo recordar de Lulé.

Respecto a Américo Gascón, tendría que comentarles en otra crónica, para darles suficientes detalles acerca de un atleta, único, insuperable, fantástico y por demás, espectacular!.

Valga este escrito, como un homenaje, a esa pareja de colosos que fueron en los deportes Lulé Garmendia y Américo Gascón; dos deportistas de un gran carisma que, ungidos por la providencia, dejaron una imborrable huella en las generaciones que les acompañaron y compartieron con ellos, aupándolos desde las gradas; o mejor aún, como compañeros de equipo en la contienda, en cada “cesta”, en cada “mate”, o en cada décima de segundo de una competencia de atletismo.

¡Que Dios les bendiga donde quiera que estén!.

EL 1ER FESTIVAL DE LA CANCION INÉDITA DE CARIPITO

Es necesario hacer referencia a lo que acontecía en el país para poder entender como nació el proyecto.El Primer Festival de la Canción Inédita celebrado en Caripito, en los años 70`s ha sido uno de esos eventos de cultura popular que marcó un hito importante en el acontecer de las familias caripiteñas de entonces.

Fue una importante demostración de creatividad, empuje, y capacidad de gestión de los jóvenes estudiantes de la época, quienes recién habían concluido estudios (Promociones 68 y 69) o estaban por concluir estudios de secundaria en el Liceo José Tadeo Monagas, en su gran mayoría, jóvenes con edades comprendidas entre los 15 a 20 años.A medida que se iban desarrollando las ideas, otras organizaciones y agrupaciones culturales se fueron incorporando al proyecto; el cual tenía como objetivo final la presentación de las 24 canciones seleccionadas por el Comité Organizador, en un acto a celebrar en el Estadio del Campo El Porvenir.Fue tal la Majestuosidad y Brillo del evento, que surgieron muchas voces reclamando se grabara un disco que presentara las 12 canciones seleccionadas. La propuesta fue aceptada y desarrollada “a posteriori” por otro grupo de caripiteños que consiguió el apoyo financiero de la Universidad de Oriente para la creación e impresión de los discos de acetato, y que logró además, realizar las grabaciones en los estudios de la emisora Radio Monagas.

Quedó en el recuerdo, y se estableció como una referencia para que siete u ocho años después de celebrado el primer festival, otras personas y organizaciones retomaran aquella iniciativa y dieran continuidad a la idea; habiéndose realizado hasta el presente, unos cinco o seis eventos más.

Pero… recordemos aquel primer evento:
Era el mes de diciembre del año 1969, y los jóvenes liceistas que recién habían salido de Caripito a realizar estudios de educación superior en otras ciudades, regresaban a pasar los días de la navidad con sus familiares.

Esta vez, a pesar de la alegría de regresar a sus casas a compartir las fiestas decembrinas, muchos de ellos traían dibujado en su rostro un velo de incertidumbre, y no era para menos, la mayoría de los estudiantes universitarios estaban afectados por una paralización de actividades en las Universidades o Escuelas, donde habían decidido continuar sus estudios de educación superior.

La Universidad Central de Venezuela, La Escuela Técnica “Luís Caballero Mejías”, La Universidad de Oriente, y muchas otras Universidades e Instituciones de formación técnica o comercial, permanecían cerradas en ese momento por una decisión del gobierno de turno, ante una continuada ola de disturbios que se habían sucedido durante ese año, en casi todas las ciudades importantes del país. En otras palabras, la Educación Superior estaba paralizada!

Las fiestas decembrinas pronto transcurrieron y cuando en el mes de enero del Nuevo Año 1970 se reiniciaban las actividades comerciales y educativas, los jóvenes recién graduados quedaron deambulando por la ciudad.

Para esos jóvenes, acostumbrados a permanecer en constante actividad, aquello era algo, totalmente inadmisible!

La acostumbrada dedicación de su tiempo a estudiar y participar en actividades artísticas o culturales, deportivas, etc; les había desarrollado un importante espíritu de lucha; el mismo que ahora, no les permitía permanecer como simples espectadores del acontecer diario, en aquel Caripito que tantas alegrías e ilusiones les había forjado, y que ahora les mostraba otra cara.

Era muy desalentador ver por ejemplo, que la actividad en las calles del pueblo, a las 9 de la mañana, estaba circunscrita prácticamente a las amas de casa que regresaban de hacer el mercado del día, pues los niños y los adolescentes estaban desde las 7:00 a.m. en los colegios recibiendo sus clases; y los adultos, realizando sus labores en las pocas empresas o comercios de la zona.

El paso de los vehículos por las calles de Caripito era muy esporádico a partir de esa hora; y estaba muy marcadamente influenciado por la cada vez menos frecuente actividad de la industria petrolera.De tal manera que desde las 10 de la mañana, hasta las 12 del mediodía, se podía ver un Caripito muy tranquilo, pero a la vez, muy desolado.

Para ese entonces, la Refinería de Caripito ya no tenía funciones de “centro de refinación”, y la gran mayoría de sus trabajadores especializados en esa área, habían sido transferidos a Amuay o a Punto Fijo; lo cual había significado, el mayor éxodo que haya experimentado el pueblo desde su desarrollo.Tan sólo la actividad relacionada con el despacho de crudo a través del Puerto de Embarque del Río San Juan, daba vida a las actividades comerciales del pueblo.

La actividad del pueblo había estado determinada y orientada por tres importantes sectores:
1. La de la Industria Petrolera y Empresas de Servicios Petroleros.2. La de los Comercios y Servicios Generales a la Comunidad.3. La Educativa.

Ese era Caripito!Era el Caripito que teníamos.Ya nuestra Refinería no era lo que decían los libros de texto: La 2ª Refinería del País!

Y comenzamos todos a reflexionar… y a reflexionar!

Pasábamos un día reflexionando… y nos parecía un siglo.

Y nos sentíamos solos, aún estando en nuestro Caripito querido.

Y sentimos que amábamos el pueblo, pero que teníamos que hacer algo por nosotros mismos, pues una cosa estaba clara, los estudios universitarios no se iban a reiniciar en todo el país durante algún tiempo.

Sentimos que Caripito no tendría vida propia, si ésta a su vez, no era proveniente de la vida misma de sus pobladores.

Y así… comenzamos a hacer vida!!!

Fue en esas circunstancias como comenzaron a surgir ideas y proyectos, unos mas viables que otros;… y así, a la plenitud del día, dimos rienda suelta a la imaginación y comenzamos a forjar el sueño de impulsar con todas nuestras fuerzas, la mayor de las muestras de cultura popular que allí haya ocurrido hasta ahora.

Entre las ideas que más ocuparon nuestra imaginación estaban las de hacer Obras de Teatro, Exposiciones de Pintura, Presentaciones de Espectáculos, etc… y por supuesto, el proyecto objeto de este escrito como lo fue el de realizar el 1er Festival de la Canción Inédita de Caripito.

Hagamos aquí un paréntesis para explicar de donde salió la motivación inicial de hacer un Festival de Canciones.

Marcos Pereira y Miguel Fierro, habían pertenecido hasta el año 1968 al grupo de Rock Los Deivis y posteriormente, coincidieron en la ciudad de Caracas, donde comenzaron a crear composiciones musicales (canciones), se registran en SACVEN como Compositores y se constituyen como un Dúo, el cual, luego es presentado en varias oportunidades en el programa 2001 JUVENIL, que animaba el también cantante Luís Oberto, en el canal TVN 5: la televisora nacional de entonces.

En la muy corta carrera artística desarrollada por Marcos y Miguel como El Dúo 2001-2, habían participado además, en el Ier Festival de Rock realizado en Barquisimeto Edo Lara, y allí compartieron experiencias con diversos grupos musicales. Fue ese roce el que los motivó a hacerse un planteamiento similar, con la diferencia, de que el Festival a realizar en Caripito, estaría dirigido a la selección de una Canción Inédita, y no de un Grupo o Artista.

Marcos propuso que ninguna de las personas que integraran el Comité Organizador debía tener participación alguna como Cantante o Compositor; y con unas dos o tres reglas más, se decidió conformar el grupo de trabajo que permanecería al frente de la Organización del evento, hasta su celebración.

El Comité Organizador del 1er Festival contó con la colaboración de una gran cantidad de personas, y muchas organizaciones, pero se instaló desde el mes de Agosto del 70 en la Casa del Maestro, y estaba conformado básicamente por unas siete personas entre las cuales puedo recordar a Rómulo Isaías Brito, Eneas Marín (Pocheco), Magda Alfonso, José Gutiérrez (el gordo), Miguel Fierro y Ricardo Guzmán.

Recibía un importante apoyo desde Caracas en las personas de Marcos Pereira y Benito Ruiz; y también desde Valencia donde residía Luís Vizcaya. Ellos permanecían al tanto de cada paso que se avanzaba en el proyecto y coordinaban esfuerzos para la recaudación de fondos, elaboración de los afiches, etc.

El Comité Organizador publicitó las bases para participar, coordinó la elaboración de rifas, etc. Para recaudar fondos, abrió las Inscripciones a los compositores y cantantes que querían intervenir en el evento, realizó la preselección de las composiciones, coordinó los ensayos “preliminares” y los ensayos “formales” con los grupos musicales que estarían acompañando a los cantantes.Adicionalmente, cursó las cartas a los diversos organismos e instituciones a los cuales se les solicitó algún tipo de colaboración, bien fuera para los “premios” que se iban a otorgar o para algún material con miras a la construcción del entarimado, toldos, sillas, equipos de audio, iluminación, etc.

Los afiches alegóricos al festival fueron donados por la Oficina Central de Información y llegaron a Caripito a finales del mes de Noviembre, faltando escasos 30 días para la realización del evento.

Aun con muy poco tiempo de propaganda, el 1er festival se realizó los días 23, 26 y 27 de Diciembre de 1970.

Fueron inscritas 56 canciones entre los meses de octubre y noviembre.

El Comité Organizador preseleccionó 48 canciones para escoger al final las 24 que serían presentadas al público.

La Primera noche, día 23 de Diciembre, ante unos 2.500 espectadores se presentaron las 24 canciones, de las cuales, 12 fueron seleccionadas para pasar a segunda ronda.

El Jurado estaba constituido por:

Sr. Eugenio Bravo......................................Director del Orfeón del Liceo Monagas

Sra. Mireya Ricoveri.................................Prof. de Castellano y Literatura.

Sr. Herman Hernández............................Concejal.

Pbro. Rafael Pérez Madueño...................Párroco de la localidad.

La segunda noche fueron nuevamente presentadas las 12 canciones clasificadas, ante unas 2.800 personas y se invitó al público a la ronda final.

El 27 de Diciembre se realiza la gran final ante lo que se calcula eran unas 3.500 personas que colmaron el Estadio El Porvenir.

La canción ganadora del evento, interpretada por Hildemaro Uga, fue “Vals a Monagas” del compositor maturinés Enrique Arzolay.El premio a la mejor letra correspondió a Luís Alfredo Vizcaya y su canción “Éxodo”. Como mejor intérprete se premió a Hildemaro Ugas por el tema “Vals a Monagas”. La canción “Tristana”, autoría de Joyce Agostini obtuvo el premio a la mejor música. Y Víctor Brito recibió una mención especial otorgada por el público presente.

ECHARON A VOLAR EL ARTE

En los años 69 y 70, del recién concluido Siglo 20, Caripito estaba experimentando una muy intensa actividad cultural; impulsada primordialmente por los estudiantes universitarios que se habían quedado en el pueblo, a la espera de que el cierre de las universidades cesara, para reiniciar sus estudios.

Había la necesidad de alternar la presentación de la Obra Teatral El Sol Ajeno, con otra actividad cultural, que promoviera la participación de un mayor número de habitantes del pueblo, y es allí donde surge la idea de realizar una exposición de pintura.

Edgard Bazán y Jesús Rodríguez, profesores ambos en el Liceo Monagas, eran los encargados del Departamento de Actividades Complementarias, y entendían que era necesario apoyar ese tipo de iniciativas de la comunidad, e involucrarse; motivo por el cual se incorporaron activamente a trabajar junto a los organizadores de la exposición.

Cuando comienza a planificarse la actividad, para determinar la dimensión que se le daría a la exposición, se comenta en una de tantas reuniones, que un pintor Caripiteño, de nombre Juvenal Ravelo, estaba realizando carrera como pintor en París, y que tal vez se le podría contactar, para intentar traerlo como invitado al evento. Aquello, de buenas a primeras, lucía un imposible.

El Comité Organizador del evento, comienza a realizar las gestiones para tratar de hacerle llegar la invitación a Juvenal Ravelo, y se ilusionaba con verlo participar como integrante del jurado; lo cual, seguramente, incrementaría el interés a nivel de la colectividad.

Es entonces cuando surge algo insospechado. Juvenal es contactado, acepta la invitación, y ofrece traer varios de sus cuadros; pero había algo más: por si aquello fuera poco, Juvenal nos da la noticia de que vendrá acompañado de Jesús Soto y Carlos Cruz Diez, quienes se encontraban en Venezuela, y en ese tiempo estaban revolucionando el mundo de las Artes Plásticas con sus experiencias con el Arte Cinético, y el Color Aditivo.Lo que estaba ocurriendo casi no se podía creer!.

Lo que siguió fue una prueba de entusiasmo y dedicación. La cantidad de Obras que se estaba recibiendo ya superaba las 300 y aún quedaban como tres semanas para admitir otras. El Comité Organizador entendió que el local donde se abriría la exposición era muy pequeño, y comienza a buscar un lugar mas apropiado. Luego de varias diligencias, se logra conseguir el local del Sindicato de los Trabajadores Petroleros. Mejor no podía ser. Aquel lugar era, tal vez, el único que poseía las características para una muestra de pintura de tal magnitud.

Juvenal, Soto y Cruz Diez llegaron a Caripito con dos días de anticipación a la apertura de la exposición!.

Qué personajes aquellos!. Nosotros, en Caripito, sabíamos de la trayectoria y calidad de artista que eran Soto y Cruz Diez, pero desconocíamos de su calidad humana. Desde que llegaron nos hicieron sentir muy cómodos. Era como si Juvenal les hubiese hablado tanto de nosotros, que ahora sólo restaba compartir y hablar de lo que haríamos.

Juvenal, por su parte, no era tan diferente. Tenía delante de sí a tantas personas que apenas conocía por las pocas llamadas telefónicas que recibió, y ahora compartía con todos nosotros y hasta hacía de “anfitrión”.

Recuerdo que la recepción fue un desayuno con empanadas, domplinas y café con leche en el mercado de Caripito. Allí hablábamos de la comodidad del viaje en Autobús desde Caracas y la belleza del amanecer de los llanos Monaguenses. Las Obras de Arte que presentarían en la exposición, vendrían en dos vehículos que llegaban ese mismo día en horas de la tarde.

Del Mercado, fuimos a La Sabana, al río “La Bomba”, seguimos a "Las Chorreras", "La Poza de Azufre" en Los Morros, y volvimos a Caripito Arriba a reunirnos con el Comité.

Pedro Luis López, Edgard Bazán y Jesús Rodríguez, dieron todos los detalles, mientras los demás permanecíamos atentos a las conversaciones. La cantidad de cuadros ya pasaba de 900 y había que reservar un área para las Obras de Soto, Cruz Diez y un tal Rafael Martínez, que ahora nos decía Cruz Diez, era quien traía las obras, y era un pintor muy destacado. Toda una revelación.

Rafael, efectivamente, llegó a Caripito en horas de la tarde, y fue entonces cuando comenzamos a ubicar las Obras de Cruz Diez, Soto y Martínez en el área reservada para ellos.

La mayoría de los trabajos de Soto eran dibujos sobre papel que había conservado durante mucho tiempo, y que guardaba con mucho celo, pues le recordaba sus comienzos. Él mismo los veía y decía “así comenzó todo. Esto es algo como lo que vamos a ver en esta exposición. El inicio de algún destacado pintor Caripiteño”.

Cruz Diez y Martínez, habían logrado traer una serie de Obras muy representativas del estilo que estaban desarrollando, y que los mantenía en ese momento, en la cúspide de las Artes Plásticas.

José Marval, Carlos Hernández, José Fierro y el Prof. Edgard Bazán, estaban instalando los cuadros y asignándoles una numeración, según una secuencia que tendría el fascículo que se le entregaría a los que visitaran la muestra pictórica.

Cuando terminamos con esa actividad, Soto y Cruz Diez nos enseñaron una gran cantidad de fotografías de varios de sus trabajos. Allí estuvimos largo rato conversando con ellos. Sorprendía ver que no miraban el reloj o daban alguna señal de cansancio. Por el contrario, ellos querían saber lo que a los Caripiteños nos interesaba y nos atraía de la pintura, y conversaban con los pequeños con tanto interés, que los mayores no podían interrumpirles.

En la víspera de la Inauguración, mi amigo José Marval, aún no lograba la expresión que buscaba en el rostro de un Nazareno, con el cual pensaba completar los cuadros que había inscrito en la exposición.Yo le acompañaba una noche, cuando, luego de pararse varias veces frente al cuadro y colocarlo en un sitio con mucha luz, dijo…”Ya sé, espérame aquí”.

No sé qué le pasó, pero fue hasta su dormitorio, y de allí salió corriendo hacia la calle con un dinero en la mano diciendo: “ya vengo, voy a donde los Canales, antes que cierren”. Se refería a la bodega de la calle Bolívar, la cual era atendida por la Familia Canales.

José regresó con ocho cajas de “pitillos”, de los que se usan para tomar refrescos, y comenzó a cortarlos en trozos de diferentes tamaños. Aplicó pintura blanca sobre el rostro del Nazareno, hasta borrar la imagen sin concluir, y utilizando aquel cuadro como una base, comenzó a elaborar una cosa totalmente extraña y diferente.

La Exposición de Pintura fue inaugurada con notable éxito. El pueblo de Caripito participó de manera muy activa en la muestra, al inscribir más de 1.100 Obras, y todas fueron exhibidas. Tuvo la oportunidad de ver algunas de las Obras de sus artistas invitados: Soto, Cruz Diez y Martínez. Presenció, además, unas proyecciones filmadas en París y en Caracas, en las cuales se podían apreciar algunas de las Obras más importantes de esos artistas.

La Obra de José Marval, construida con “pitillos”, resultó ser la más destacada. Se ganó el reconocimiento del público, así como también de los artistas invitados.

Juvenal Ravelo, por su parte, hizo gala de su capacidad creadora en la pintura, y de su condición de hombre de pueblo, y en tres días de arduo trabajo, en coordinación con las brigadas juveniles que se constituyeron en cada barrio, elaboró una obra pictórica de gigantescas proporciones: Convirtió al pueblo de Caripito en un lienzo multicolor.

Cuando terminaron de pintar las fachadas de cada casa, de cada barrio, y se concluyó el proyecto, fué entrevistado en Radio Caripito. Dijo en sus propias palabras, algo así: “Éste no es mi proyecto. Yo fui invitado hace unas semanas atrás a participar en una actividad planificada y coordinada por el pueblo de Caripito. Yo no lo hice, lo hizo el pueblo de Caripito”, y agregó… “yo los he apoyado en una actividad que fue soñada por ellos,… ellos echaron a volar el arte.”

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Fotos (de arriba hacia abajo) : 1) Obra de Jesús Soto. 2) Obra de Juvenal Ravelo 3) Obra de Carlos Cruz Diez

EL SOL AJENO

Es la obra de teatro que ratifica la capacidad crítica de su autor, el entonces Bachiller Rómulo Isaías Brito, egresado del Liceo Monagas; y quien para fortuna del pueblo de Caripito, aún no había emigrado hacia otras ciudades del país, como ya otros lo habían hecho.

Rómulo logra escribir, dirigir y presentar en Caripito, una Obra de teatro que recoge en gran medida lo que ya era un clamor incesante de sus pobladores: No dejen morir el pueblo!.

Apoyado en la disponibilidad de tiempo que tenían los estudiantes universitarios que permanecían en el pueblo, y la de otros colaboradores, trabaja en la conformación de un grupo de actores, para representar su Obra EL SOL AJENO; la Obra culminante que describe de un modo fascinante la época del Caripito próspero y cautivante, totalmente comprometido con la bonanza que generaba la actividad de la Industria del Petróleo; y el ocaso que se había producido al disminuir la actividad de manera tan drástica en la región, y más específicamente, en el pueblo de Caripito.

El Autor introduce en la Obra un personaje llamado Herman Gle, quién representa una ilusión, una esperanza, o tal vez un espejismo, para sugerir que, al igual que lo hacían los pobladores de entonces, otras actividades distintas al petróleo, como el desarrollo del Mangle, podrían generar una actividad económica que mantuviera las expectativas y el esplendor de años anteriores.

La Obra es representada por vez primera, en el barrio El Rincón de Caripito, en una noche de Fiestas Patronales, ante unas 800 personas.

Sobre un entarimado improvisado con la plataforma de un Camión 750 y una escalera de acceso, Mister Creo Lemus (La Creole Corporation) y su empleado Carilito (Representando al pueblo) entablan una relación de negocios en la cual, en un ambiente de grandes sacrificios, Carilito adquiere una formación y se capacita para las actividades que le exige su patrono.

Carilito llega a ser un personaje muy próspero, pero al tiempo, los negocios comienzan a resultar diferentes y el apoyo de su patrón se debilita; es aquí donde Rufa, la madre de Herman Gle, comienza a conversar mucho con su hijo menor, quien al ver que su hermano Carilito se desmorona económicamente, quiere asumir la carga de la Familia.

Rufa quiere mucho a sus dos hijos, mas, en la obra, deja ver a través de las reflexiones que hace en privado, que ella no se ilusiona mucho con que Hermann Gle va a poder tener tales niveles de prosperidad.

La Obra culmina con la muerte de Mr Creo Lemus a manos de Carilito, quien queda en ese mismo instante atrapado en una crisis de locura.

Unas 15 personas aproximadamente, conformaban el elenco de esta magistral Obra, la cual fue presentada, posteriormente, durante quince días consecutivos al público, en la Casa del Maestro en Caripito.

Por una invitación de la Universidad de Oriente, es llevada a Cumaná y presentada en el Auditorio, ante una 600 personas.

Las palabras de los integrantes de grupos teatrales que asistieron a la presentación fueron: Jamás vimos una Obra de Teatro Popular tan bien representada.

La Obra de Teatro EL SOL AJENO, escrita por Rómulo Isaías Brito y representada por los mismos pobladores de Caripito; se enmarca en el año de 1970, época en la cual ocurrió la mayor demostración colectiva de Arte y Cultura que recuerden sus habitantes.