
El Hotel Plaza de Caripito, ubicado en la Calle Sucre, era la referencia para alojamiento, que se le daba a las altas personalidades, funcionarios, artistas, comerciantes, etc., que, procedentes de cualquier parte, llegaban a pernoctar por unos días, o en muchos casos, por varios meses, en aquel Caripito, muy activo y próspero.Era, para inicio de los años sesenta, un hotel con las mínimas comodidades y servicios, lo cual, lo había convertido en importante. Allí se habían hospedado, muchas personalidades del mundo de los negocios, contratistas, especialistas de la industria petrolera, ministros, promotores de espectáculos, artistas de cine, orquestas completas que venían a cumplir contratos, como la Billo’s Caracas Boys, los Melódicos, Chucho Sanoja, Orlando y su Combo, etc.
El Hotel tenía en su fachada, una franja de matas de “cahupina”, protegidas por un muro, construido con ladrillos huecos de formas hexagonales, que lo hacían muy vistoso. La pared frontal lucía, permanente, un color amarillo, adornada con varios rombos en alto relieve, ubicados en la parte superior. Eran de color verde, que se repetía en las puertas que daban hacia la calle. Si bien, la fachada mostraba que se había utilizado bloques de concreto y cemento para su construcción, lo cual fue una novedad en su momento; viendo la construcción, por la parte posterior que daba hacia la calle Guaicaipuro, se apreciaba una especie de palafito construido sobre columnas y vigas de concreto.
Poseía el hotel, unas 20 habitaciones, distribuidas en dos niveles. El Nivel principal, en el cual estaba la cantina; la residencia de los propietarios; una especie de “estar” muy amplio, con un mueble de fina madera, de gran tamaño, que tenía tres secciones; la principal, integrada por un radio; y las otras dos secciones, ubicadas a ambos lados, por un picó, y un compartimiento repleto de discos de 33 rpm; muchos de éstos eran de Carlos Gardel, Jorge Negrete, Pedro Infante, y uno que otro, de los cantantes del momento: Alfredo Sadel, Lucho Gatica, Sonia López, El Trío los Panchos, entre otros.Hacia el fondo del estar, a la derecha, había un pasillo lateral que guiaba a las habitaciones, que no eran más de ocho o diez; las cuales, poco a poco, iban siendo regentadas a los pedagogos que, para entonces, seguían llegando de cualquier parte del país a realizar labores como docentes, en el prestigioso Liceo José Tadeo Monagas.
El segundo nivel, en el cual se encontraban las habitaciones restantes, se accesaba también desde la calle, pero a través de una especie de “zajuán”, con una escalera de unos 20 peldaños, la cual daba a un pequeño “restaurant”, constituido por unas diez mesas con sus sillas, y un área pequeña con todo el equipamiento, donde se preparaba la comida a los residentes, y a algunos viajeros que ya conocían el lugar y se detenían a comer allí.
En el pasillo que daba acceso a las habitaciones restantes del Hotel, había, en el piso, una tapa de madera con una argolla de acero, que al levantar, comunicaba a través de una escalera, a un tercer nivel, en el cual se podían ver, las desnudas columnas de la edificación, y donde se realizaban las labores de lavandería y planchado.
El servicio de lavandería y planchado, no estaba normalmente incluido. Esto era algo que la Sra. Rosa Santana, propietaria del hotel, ofrecía, tan sólo a ciertas personas, a su más completa discreción, como era el caso del profesor Juan Bermúdez, o de las “busmozas” de Aerobuses de Venezuela, unas azafatas que brindaban atención a los pasajeros de la recién fundada línea de autobuses que realizaba viajes entre Caripito y Caracas.
Era pues, el Hotel Plaza, una de esas instalaciones existentes en el pueblo de Caripito, donde se podía, en cierto modo, apreciar la actividad económica que había.
Por las noches era muy común ver las personas reunirse a conversar en el frente de sus casas, como una forma acostumbrada de esparcimiento. Los estudiantes del Liceo Monagas, participaban de esas tertulias, y eran personas muy admiradas en el pueblo, dada la escasa o nula formación académica que había tenido la mayoría de sus moradores, quienes ahora, a consecuencia de la evolución que se estaba viviendo en este pueblo, tenían la dicha de ver a sus hijos realizando estudios que les permitían, leer, escribir y hasta expresarse en idiomas distintos al Español…
-Hey, mesié!... mesié!... Comantalevu!, -decía Anibita- -...Ye ve trebian evu?...-respondía “el flaco” Gustavo, un estudiante riocaribero, “compinche” de anibita, que vivía residenciado en la casa de “copa”, en el callejón Monagas.-Trevian... trevian... atutalort... - Era notorio el gozo que les provocaba el utilizar esa forma de saludarse, en idioma francés, delante de sus familiares y amigos, lo cual les ayudaba a identificarse como estudiantes de humanidades, cosa que les enorgullecía mucho.
Aníbal Ortiz, quien para 1961 tendría unos 21 años, cursaba estudios en el Liceo Monagas, y era un muchacho muy suspicaz. Sorprendía a todos en el pueblo por su capacidad para relacionarse, no sólo, con los jóvenes de su misma edad, sino, también, con los adultos, e inclusive, con los ancianos del pueblo. A estas personas, las abrazaba, las besaba, les hacia amapuches, y hasta les pedía la bendición, como una manera de transmitirles que eran dignas y merecedoras de respeto.
Anibita, como le decían cariñosamente sus compañeros de estudio, era oriundo de “Caripelguacharo”, como se le decía a Caripe, población del Estado Monagas. Anibita, estando pequeño, había sufrido una caída de un burro de carga, y quedó postrado en una cama, impedido de poder andar.Un día, en una de esas visita que Carmen Acosta realizaba a la familia Ortiz, muy amiga suya, se entera de aquella situación. ¿Cuál sería el cuadro de angustia e impotencia de Lina de Ortiz, al ver como transcurrían los días, y las semanas y su hijo Aníbal, seguía impedido de andar, casi inválido, a pesar de sus esfuerzos por curarlo?. ¿Y cuál sería el fervor con que aquella mujer llamada Carmen Acosta le habló de un médico alemán, amigo suyo, y muchas otras posibilidades de hacer algo por el niño?. No es fácil saber todos los detalles, pero se dice que Carmen Acosta se lo solicitó a su madre, y se dedicó a buscar la manera de que lo vieran los médicos e hicieran lo que estuviera al alcance de la medicina de entonces. Se dedicó a atenderlo, a curarlo, y no descansó hasta ver que lo operaron y le recuperaron la pierna que estaba casi perdida. Los médicos que lo atendieron, tras un delicado y largo proceso, lo pusieron de nuevo a caminar, con alguna dificultad, pero le salvaron la pierna. Superado lo inmediato, y a pesar del tiempo transcurrido en aquello de curarlo, primero que nada, Carmen Acosta se promete, entonces, darle una educación apropiada, y por razones, tal vez, del compromiso que se hacían, el uno al otro, para no fallar hasta lograr las metas, surgió entre ambos, una relación tan estrecha, que los mantuvo mucho tiempo, viviendo juntos, como Madre e Hijo.
Aníbal tenía dos grandes amigos residenciados en el Hotel Plaza, ambos profesores en el Liceo Monagas; éstos eran: El Cubano, profesor de matemáticas, y Juan Bermúdez, profesor de Inglés. Con este último, a quien él le decía cariñosamente Mister John, acostumbraba reunirse a conversar por las noches. Innumerables fueron las veces que compartieron conversando en el “porche” del Hotel Plaza con otros vecinos, y con otros compañeros de estudio, como Cirilo, Saúl, Cortez, Abigail, Ismenia, Andrés, y tantos otros.
Estos bachilleres ya estaban por egresar del Liceo Monagas y el pueblo todo vivía contagiado de alegría, por el hecho tan emocionante y significativo que representaba, para muchas de esas familias caripiteñas, el ver que había valido la pena hacer tanto sacrificio, al abandonar el conuco, o las redes de pesca, para emigrar hacia Caripito, a vivir arrimado con mujer e hijos en cualquier lugar, hasta lograr conseguir un empleo o un oficio, y construir o alquilar una casita, que les permitiera una mejor forma de vida, y darle a sus hijos,la educación que ellos no pudieron tener.
Ahora estaban allí, esos hijos de Caripito, en pantalones largos, a pocos días de la tan ansiada graduación, sin “un cuartillo” en los bolsillos, la mayoría de ellos, pero radiantes, alegres, enérgicos y muy animados; próximos a convertirse en bachilleres de la República (cosa que muy pocas personas habían logrado hasta entonces, por falta de recursos o por la ausencia de este tipo de instituciones en los pueblos de donde provenían) y con la ilusión y la esperanza de poder continuar estudios técnicos o universitarios en algún otro lugar del país.
Por aquellos días, algunos de estos bachilleres, habían comenzado a hablar en una forma muy curiosa, y que los más pequeños no entendíamos. Anibita llegó una tarde diciendo. “Benmuyer disimir cionfor maguara maguara”, y abrazó a su mamá Carmen Acosta.
Ella reaccionó diciendo: -Uhmju... cuidao con andá diciendo grosería muchacho!- y él agregó: -Écheme la bendición.
-Mira, muchacho- dijo Carmen Acosta -¿qué es eso que ustedes andan diciendo ahora?... Mucho cuidao con andá agarrando a la gente de “chacota”, mira que a mí no me gusta eso... Usté tiene que respetá si quiere que lo respeten-.
Aníbal la abrazó, le dio un beso bien sonado y le dijo: No, mamá, eso es una forma de hablá que tenemos pa que no sepan lo que estamos diciendo ...es como un trabalegua... y eso es nada más entre nosotros, o sea Saúl, Mandíbula, Gustavo, Meña... tú sabes, los que somos de la promoción, y uno que otro.
-A bueno… viavé- dijo Carmen Acosta -que no sepa yo que estás faltándole respeto a alguien mayor…
-No mamá... tu sabes que no- ripostó. -Y papá, ¿ya llegó?.- Se refería Aníbal a Pablo Fierro, quien junto a Josefina Carrera de Fierro, habían ayudado a Carmen Acosta a criarlo, como un hermano más, de sus legítimos hijos. Y así había sido.
-No, debe estar por llegar, ¿por qué?- dijo Carmen Acosta.
-Ah... nooo... porque tengo que hablar algo con él... bueno tú sabes, lo que te decía la otra vez, tú sabes que yo quiero seguir estudiando y no tengo donde llegar en Cumaná. Entonces he estado conversando con Saúl, y hay varios de Caripito que estamos haciendo diligencias a ver si conseguimos entrar a la UCV, y los profesores del Liceo nos van a ayudar a hacer los contactos, pero además, allá esta el “Che” Miérez; él está muy metido en la Federación de Centros Universitarios, y ya ha ayudado a algunos estudiantes de Caripito a conseguir residencia en la UCV. Yo quiero hablar con papá, a ver si me da permiso para irme a estudiar a Caracas. Claro, si todo sale como yo espero.
-Bueno, mijo... eso sería muy bueno si consigues una residencia dentro de la misma universidad, porque así se te hace todo más fácil, y no tienes que gasta tanto en pasajes, porque allà no va a estar el profesor Bermúdez pa date la cola to los días... bueno, espérate por ahí a que llegue Pablo, él debe estar por llegar, porque ahorita me dijo “La Chicha” que lo había visto en la carnicería e Calixto Lugo. ...Pero eso sí... háblale claro... y tienes que obedecer a lo que él decida…
-Claro mamá... claro, claro.- y salió corriendo al porche de la casa gritando: Ah ...Palangana... Palangana... vas a jugá billar pal Montecarlo?
-Mira, muchacho... ¿a quien le dices tú así? – gritó Carmen desde adentro.
-Sí... vente!- Era Andrés Martínez hijo -vamos un rato donde Armando Robles.
-Voy en un rato...- dijo Aníbal -nos vemos allá, pero no te vayas a ir antes que yo llegue, que tengo que contarte un chiste de “Mato Tibio”.- Y diciendo esto, volteó a los lados a ver quién lo estaba escuchando, porque era un apodo que, por el carácter tan estricto que imponía en sus alumnos, le habían puesto a su profesor y a la vez amigo Juan Bermúdez. En eso, viendo en otra dirección, volvió a gritar...
-“Me muyer Ña guará”- y Meña, la hija de Julia, que vivía a pocos metros de allí, y en ese momento estaba llegando del liceo Monagas respondió:
–A guara Ni simil Bal guara.
Era el lenguaje de moda... Era la víspera de la graduación... Era la emoción de vivir en Caripito y haber podido obtener el título de Bachiller de la República, un título que muy pocas personas, en todo el país, habían logrado para entonces.
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Nota: Dedico este artículo a la memoria de Anibal Ortiz, quien fue un hermano de quien aprendí de la manera mas viva, lo que es ser una persona entusiasta, quien luchó, desde muy pequeño, con todas las circunstancias que le rodearon en vida, para curarse, estudiar, casarse, trabajar, formar un hogar estable, tener hijos, y asumir todos los compromisos que su fe cristiana demandaban de él. Mantuvo siempre, una actitud retadora y audaz ante la vida y sus circunstancias. La escuela que fue su atribulada niñez; le había exigido esforzarse más que los demás, para poder lograr sus metas, eso le desarrolló un ferreo orgullo, que así como lo ayudó a superarse y lograr muy elevadas metas, pudo tambièn haber influido, para que, ya en el ocaso de su vida, a pesar de su más importante logro, de una bella familia, con una esposa e hijas, que siempre estuvieron a su lado, conscientes incluso de las debilidades de él, adoptó una forma de vida aislada en su “yo interior”, silenciosa e impenetrable; hasta el dia de su muerte, hace ahora dos años.
A la memoria de Carmen Acosta, quien no le falló a Dios, en los propositos que éste le encomendóA la Sra Rosa Santana, con quien compartimos, los caripiteños de entonces, sus consejos, sus anécdotas del circo donde trabajó en su juventud, sus famosas conservas de “cacahuate”, o el delicioso “mondongo”, de su reconocido restaurant.
Finalmente, dedico también, este artículo, a todos los bachilleres que han egresado del Liceo Jose Tadeo Monagas, los de antaño, y los de ahora. Los que allí estudiamos alguna vez, andamos por el mundo, forjando un mejor porvenir para todos, y llevando mensajes de paz y esperanza a los pueblos.